Por BERNARDO PÉREZ ANDREO / Los que nos llamamos cristianos, como muy bien ha dicho Francisco, sabemos que tenemos unos hermanos mayores en la fe, los judíos. El pueblo hebreo es la cuna de la tradición que sostiene la fe de los que seguimos a Jesús, es la cuna del propio Jesús. Ahora bien, no es el pueblo hebreo actual, sino la larga y hermosa tradición de más de tres milenios en la que este pueblo, elegido, ha pasado por toda clase de persecuciones, pogromos, marginación y exclusión; un pueblo que se ha forjado en el sufrimiento de la persecución y el intento de aniquilación.

Esa es la tradición de la que nos sentimos herederos los seguidores de Jesús, por eso creemos que fue el pueblo elegido por Dios para mostrar un modo de vida basado en la misericordia y la justicia, no en el poder y la opresión. Un grupo de origen étnico variado que habitaba las ricas orillas del Nilo, fue puesto bajo esclavitud en uno de los primeros imperios de la historia. Ahí es donde Dios mismo se manifiesta tomando partido por los oprimidos y contra los opresores, sacando a aquellos hombres y mujeres y convirtiéndolos en un pueblo de hermanos bajo la égida de la justicia.

Desde que se constituyó el Estado de Israel, aquel pueblo elegido por Dios se ha convertido por la fuerza de los hechos, en un pueblo que sostiene a uno de los Estados que más crímenes ha cometido en su corta historia. El pueblo elegido da cobijo al sionismo, una traición al pueblo hebreo, y permite que bajo la bandera de David se masacre a las gentes que habitan aquellas tierras desde tiempo inmemorial. Con armas sofisticadas descuartizan niños, destruyen casas, bombardean calles y torturan a seres humanos sin ningún tipo de respeto por los más elementales derechos humanos. Lo hacen, dicen, en defensa propia, pero aplican leyes que su mismo pueblo ayudó a superar. Si al menos aplicaran la ley del Talión no veríamos cómo destrozan y mutilan infantes que juegan en la playa o montan en bici, pero aplican la ley de la venganza que reza que por cada judío muerto deben morir 1000 palestinos, esa es la diferencia del valor de las vidas para el Estado de Israel.

Dicen perseguir a terroristas, pero sólo consiguen que nazcan futuros terroristas de las ruinas de las bombas y del sufrimiento inocente. Precisamente eso es lo que pretende Israel, los que gobiernan Israel: conservar la excusa para mantener el muro de la vergüenza, para robar las tierras de los palestinos, para no permitir un Estado libre palestino. Con esta operación militar, como con las anteriores, el Estado de Israel se asegura una década más de guerra, de muros, de violencia, de odio y de miedo, un miedo que sostiene a los señores de la guerra en el gobierno de Israel y que impide que el pueblo elegido vuelva a darnos una enseñanza de paz, amor y misericordia, como hicieron durante tantos siglos.
El pueblo elegido por Dios siempre fue un pueblo oprimido, un pueblo perseguido, un pueblo pobre, el pueblo elegido por Dios hoy no es el pueblo hebreo, es el pueblo palestino.