Por BERNARDO PÉREZ ANDREO / Una de las características de la sociedad posmoderna, que ya va tocando a su fin, es la transformación de las utopías de la modernidad en distopías sociales, o bien en banalidades de la sociedad de consumo. Los anhelos sociales que configuraron la modernidad como una época de progreso y transformación, animada por ideales como aquellos de la Revolución francesa, de los ilustrados de uno y otro lado del Atlántico, de los libertadores de las colonias, de los científicos y descubridores, permitieron crear una sociedad basada en tres principios fundantes: la fe en el progreso de la historia, la confianza ciega en la razón y el valor absoluto del sujeto creador de su propio mundo. Estos tres son los pilares de la modernidad, pilares que auparon a una burguesía hambrienta de riquezas y sedienta de conocimiento y poder, introducidos convenientemente en el incosnciente colectivo, hicieron tambalear el poder que aquella clase social admirada por Marx había construido. Los desarrapados, los humillados y ofendidos, vieron que esos mismos principios podían ser también instrumentos para transformar la realidad de injusticia en la que habían sido sumidos. Los aprovecharon bien y surgieron revoluciones sociales por doquier; ya no burguesas, sino proletarias y de todos los oprimidos por un orden social que los expulsaba al infierno de las industrias o la miseria social.

La clase social que había empujado la modernidad con sus ideales, también se había aprovechado para crear un injusticia lacerante que clamaba al cielo. Los excluidos se rebelaron y la burguesía empezó a transformar aquellos principios que crearon la modernidad. La razón se redujo a la mínima expresión de una práctica instrumental, se decretó el fin de la historia, la imposibilidad de una ulterior transformación social, y el hombre fue reducido a un mero y vil productor-consumidor, el consumptor, un ser híbrido incapacitado para el uso del logos que lo constituye como ser humano. Es la posmodernidad.
Dentro de los elementos que ayudan a destruir los ideales modernos, hay uno que es especialmente importante: el cierre del discurso utópico y la aparición de las distopías sociales. Con la sociedad red, el panóptico de Bentham se ha tornado ubicuo. Como dice Byun-Chul Han, cada uno de nosotros somos los vigilantes en esta sociedad enjambre. Cada cámara, cada dispositivo elctrónico, en cada calle y en cada casa, somos observados, hasta el extremo de romper la distinción moderna entre público y privado. Si no tenemos intimidad, tampoco hay extimidad: todo se nivela y el  hombre, como ser social y político muere. Nace el homo somnians, el hombre que vive un estado constante de sueño, de ensoñación, una quimera cotidiana en donde no existe ni pasado ni futuro, un presente continuado hasta la extenuación. El homo somnians no vive, extiende su tiempo interminablemente, en una posesión perfecta y toda a la vez de una vida inextinguible. Los homo somnians son, como los dummies, intercambiables. Sus sueños son un único sueño de posesión constante de objetos, de sensaciones de placer, de emociones alterada. El homo somnians no muere, pues no vive; su experiencia física forma parte del proceso de desecho de seres en la sociedad posmoderna. El homo somnians es el escándalo del hombrela muerte del hombre como tal, la muerte de la sociedad, la muerte, en fin, sin muerte. Ya no hay dolor ni duelo, todo se transforma en un estar extendido en el tiempo.
Por si alguien no había caído en la cuenta, el Estado español te lo recuerda por medio de un ente público llamado Loterías y Apuestas del Estado. En su publicidad lo dicen con toda claridad: si sueñas, Loterías. La única forma de alcanzar tus sueños, todos ellos repletos de objetos, sensaciones y emociones, es jugar a la lotería y esperar que los dioses te elijan para ser uno de los que extienda su tiempo de autorreplicación celular en medio de deseos y apetencias colmados. El Estado te invita a ser consciente de una muerte natural que incapacita a la sociedad para cualquier proyecto común. No vivas, sueña, extiende tu tiempo en una inanidad de instantes indistinguibles; muere.