368Por JUAN GARCÍA CASELLES / Varios son los remedios que así, a brote pronto, se les han ocurrido a nuestros insignes políticos, no solo a Rajoy, lo que sería de esperar, sino a la mayoría de ellos, por lo que se ve, para acabar con el terrorismo. La más difundida es la de controlar las fronteras, dicen que para evitar que los terroristas anden por ahí sueltos, matando de aquí para allá. Pero no debe ser cierto porque los de París no vinieron de ningún lado, vivían en París. Y lo mismo los de Londres y los de Madrid. O sea, que, una de dos, o los políticos estos son idiotas de solemnidad, o, aprovechado el río revuelto del miedo al terrorismo, tratan de limar nuestras libertades siguiendo la política americana después del 11 de septiembre.

Otra medida, muy querida por los innumerables fascistas que nos rodean, es la de controlar la inmigración, pero resulta que tanto en Londres como en París, los terroristas no eran inmigrantes, eran ingleses en un caso y franceses en el otro. Y en el 11-M de Madrid era residentes desde hacía tiempo.

Más idiota todavía es lo de controlar internet, porque por él corren todo tipo de tonterías y barbaridades y no pasa nada.

En cambio, parece que es urgente reformar los servicios secretos (que no solo no se enteran, sino que además todo lo resuelven con lo de limitar las libertades del personal), ya que en los cuatro casos, Nueva York, Madrid, Londres y París el fracaso de los tales servicios ha sido rotundo y sin paliativos, salvo que, como se insinúa, resulte que fueron ellos mismos los promotores de los atentados, ya os imagináis con qué fines. Es verdad que no hay pruebas de ello, pero parece que no es nada incongruente con la situación mundial.

Eso sí, lo de controlar los viajeros de los aviones, debe ser muy eficaz, porque es sabido que los terroristas no saben viajar ni en tren, ni en coche, ni en barco ni en camello.

Pero el caso es no tocar ni por el rabo las verdaderas causas, que son dos, que se sepa.

Una, el fracaso evidente de los sistemas de educación de la civilizada Europa para integrar a los niños en nuestras sociedades. Y otra, la más importante y difícil, eliminar de nuestras ricas sociedades el fascismo-racismo-nacionalismo, que son las tres caras de nuestro fundamentalismo racial-social-cultural, o sea, de nuestro complejo de superioridad étnica (primero los míos, los de mi familia, los de mi pueblo, los de mi tierra, y luego ya veremos), que es el caldo de cultivo de la no integración de los emigrantes ni siquiera en la tercera generación.

No son ellos los que nos rechazan, somos nosotros los que los rechazamos. Y si no, mirad en qué barrios viven, que clase de empleos tienen (o tuvieron, porque si hay un grupo que abunda en parados, ellos son los primeros) y a qué escuelas van sus hijos. Eso sí, aquí ni somos racistas, ni fascistas, ni fundamentalistas, faltaba más.