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Por JUAN GARCÍA CASELLES / Desde hace tiempo, y ahora más con de lo de Trump, andan los politólogos locos con lo del populismo. En realidad es solo un producto más de la evolución del capitalismo. Veamos.

Cuando empezó a triunfar el imperialismo capitalista, las grandes empresas, huyendo de la presión de los sindicatos en los países desarrollados, desviaron parte de su producción a los países más pobres, con mano de obra barata y abundante, lo que en el siglo XX ya era posible por el desarrollo de los medios de comunicación que permitía el control en la lejanía de los procesos productivos y su coordinación.

En los años sesenta, cuando se estudiaba la economía de los países subdesarrollados (o en vías de desarrollo), se explicaba que eran economías duales, con focos desarrollados (capitalistas) rodeados por economías de mera subsistencia. Esto resultaba muy ventajoso para los empresarios porque existía una gran masa de personas en espera de encontrar algún trabajo en las empresas capitalistas, así que los salarios podían permanecer eternamente bajos y las condiciones laborales eran generalmente muy duras.

Mientras el comunismo soviético significó una amenaza para el capitalismo, los buenos burgueses se pusieron piel de cordero que fue aquello del neocapitalismo o el capitalismo del rostro humano, lo que, a su vez, produjo una notable mejoría del nivel de vida de los trabajadores de eso que llamamos occidente. Pero cuando el comunismo soviético implosionó por las derrotas en el terreno económico y de la innovación y apareció aquello de neoliberalismo, el reaganismo, el thatcherismo, la escuela de Chicago, etc., los lobos se volvieron lobos y empezaron desde el poder político a desmontar todo lo del estado de bienestar y la legislación protectora del trabajador.

Poco a poco, primero en Japón, luego en Norteamérica y en Inglaterra y más tarde en el resto del mundo, las políticas neoliberales, por aquello de las reformas estructurales, la desregulación y la necesidad de fortalecer la competencia para poder seguir en “los mercados”, fueron expulsando (previo el destrozo de los sindicatos tradicionales) del núcleo capitalista a un número cada vez mayor de trabajadores, que, de ser eventuales, pasaron a eso que se ha dado en llamar “precariado”, con lo que se reprodujo en el interior de los países capitalistas el mismo sistema dual del tercer mundo. Este fenómeno se vio reforzado por el incremento imparable de la emigración económica (declarada ilegal precisamente para despojar a los emigrantes de cualquier derecho). A él se añadieron campesinos, pequeños propietarios y otros sectores desplazados por la evolución técnica o las consabidas crisis. Todo este grupo, aun viviendo en países considerados como ricos, forman un “ejército de reserva” que facilita mantener bajos salarios y durísimas condiciones de trabajo.

. Esta hoy gran masa de gente, que existe en todos los países desarrollados, esperaba la solución a sus problemas de las manos de los políticos, que regularmente prometían cosas que casi nunca han cumplido y que se limitaban (tanto la derecha conservadora tradicional como las izquierdas más o menos socialdemócratas) a obedecer ciegamente las órdenes de las patronales, casi siempre disfrazadas de organismos internacionales como el Gatt, Bruselas, el Fmi, el Banco Mundial o lo que fuera. Y esta masa, empobrecida, marginada, ninguneada, está harta de que no le hagan ni puto caso.

Por eso lo atractivo de Trump, como del Brexit, lo de los partidos ultranacionalistas de Austria, Holanda, Alemania, Francia, Grecia. etc., es, sobre todo, su promesa de acabar con “la casta”, los grupos políticos tradicionales ligados a un poder económico del que no pueden desprenderse, como se ha visto perfectamente en el caso de la crisis del PSOE, que prefiere suicidarse a desobedecer a los amos. Y si el discurso se salpimienta adecuadamente con una buena dosis de nacionalismo patriotero y xenófobo y se adereza con dosis de machismo, racismo y homofobia, el éxito está garantizado.

Casos: En España, en las elecciones de 2011, los abandonados (traicionados) por Zapatero, con tal de echarle, desesperados, se pusieron en manos de Rajoy, con los resultados que todos sabemos. Quizá también lo de ir hacia una independencia que no se sabe ni si será ni cómo será. Y no son los únicos casos.

La marginación de estos grupos es tan fuerte y tan dolorosa que prefieren confiar en un Trump o en un Rajoy cualquiera, aunque sea un bestia, o un mentiroso, o un machista, o un idiota de solemnidad, antes que seguir como están.  Aprovecharse de esta situación sin importar los medios, eso es el populismo.