Por JUAN GARCÍA CASELLES / El primero, pero no el más importante, es lo de Vox. Frente a lo que predican los politólogos de ocasión en las teles, la prensa y las radios, no es que la extrema derecha haya vuelto a España. Porque la realidad es que jamas se ha ido, y aunque la transición hizo lo posible por ocultarla, como quien oculta que su hijo es drogadicto, su base social ha permanecido, sobre todo en la pequeña burguesía urbana y las partes más débiles de la burguesía nacional (eso que llaman pymes). También permanece en el campesinado, si bien este grupo ha perdido mucha de su antigua importancia.

Cualquiera que haya mantenido conversaciones con taxistas, dueños de bares pequeños, artesanos urbanos, pequeños propietarios del campo, etc., sabe perfectamente donde estaban los votos que hoy apoyan a Vox. Durante años, desde que Aznar logró (quizá por su innata chulería) añadir sus votos a la derecha más reaccionario (Alianza Popular) han estado apoyando a al PP quizá como el mal menor. De ahí los constantes equilibrios del PP para presumir de demócratas y, al mismo tiempo, seguir defendiendo la dictadura de Franco.

No han aparecido por influjo extranjero o por extraños movimientos ideológicos, estaban aquí y se manifiestan como tales en cuanto la coyuntura se lo permite (independentismo catalán que reaviva el nacionalismo español, pérdida de credibilidad de los partidos políticos, crisis que se prolonga y se prolonga a mayor beneficio del capital, reminiscencia del nacional catolicismo,…). Nada nuevo bajo el sol.

El segundo problema es el fiasco de la izquierda que ha perdido un montón de votos, no porque se hayan pasado al enemigo (aunque alguno puede que sí, porque si yo llevara tres años en paro y sin esperanzas de encontrarlo, no sé a quien votaría), sino porque a un votante de izquierdas le resulta arduo votar a los dos partidos que se autoproclamaban rojillos, porque ya lo sabemos, en campaña prometen pan y trabajo, o pensiones, o sanidad, o educación, o dependencia, pero luego solo te dan carril-bici y alguna exposición de pintura, aparte de subvencionar las fiestas populares, dicho sea así, a lo bruto. Quiero decir, que los problemas gordos de la gente siguen siempre sin resolverse. Y eso frustra mucho.

En fin, conviene dejar claro que si no lo hacen no es porque no quieran, es solo porque no pueden, no tienen el poder real que todos sabemos en manos de quienes está. En cuanto un gobierno algo progresista se propone realizar algún cambio en favor de los más pobres, inmediatamente aparecen en todos los periódicos, teles o radios los oráculos del dios capital diciendo que tal cosa en imposible e impensable porque aumentaría el paro, crearía más déficit en la balanza comercial, incumpliría las sagradas órdenes de Bruselas y desoye los sabios y amorosos consejos del FMI… Vamos, que se hunde el globo entero.