Domingo 24 de marzo 2019  (III de Cuaresma) / Éxodo 3,1-8a.13-15; Salmo 102; 1Corintios 10, 1-6.10-12; Lucas 13, 1-9.

Por JOSÉ LUIS BLEDA / ¿Habrá árbol o arbusto más inútil que una zarza? Una higuera sin higos, … La zarza en la fábula de Jotán (Jueces 9, 7-16) es el árbol que los árboles eligieron como rey, el menos noble, el más inútil, el que podía incendiarlos a todos, pero en la primera lectura lo vemos como aquel que anuncia la presencia de Dios, en el que Dios se hace presente para llamar la atención de Moisés, para encontrarse con él y confiarle la misión de liberar a su pueblo…

El Evangelio de Lucas que hoy se proclama comienza con una catequesis de Jesús a sus apóstoles, para corregir una forma de pensar muy común, aquella que nos lleva a creernos mejores y más: ¿somos mejores por ser católicos, por haber nacido en Europa, España, Murcia…? ¿Somos mejores por haber tenido unos padres, una familia, que nos ha amado y dado todo lo necesario y más…? ¿Somos mejores por nuestros estudios, nuestros títulos, nuestros logros…? ¿Podemos creernos mejores que los sirios que llevan más de nueve años de guerra civil, a los que no quiere nadie, que nos dan miedo porque pueden ser terroristas…? ¿Somos mejores que los negros que huyen del hambre, la violencia, la falta de posibilidades de sus lugares de origen atraviesan el desierto, mueren ahogados en el Mediterráneo, son vendidos como esclavos en Libia, empleados por 4 € en nuestros campos, encerrados en Cíes…? ¿Soy mejor que el otro, que tú, por…? ¿De verdad creo que soy o tengo algo que me hace superior al otro y eso no me ha sido dado, sino que lo merezco, he luchado y lo he ganado? Uno de los mayores peligros que podemos correr los seguidores de Jesús es creernos mejores que los demás por serlo, seguir a un crucificado y sentirnos superiores a musulmanes, budistas, judíos, ateos,… Eso nos lleva al fanatismo, al clericalismo, a la intolerancia y nos incapacita para anunciar el mensaje de Jesús y colaborar en la realización del Reino que él inauguro, eso nos hace higueras sin higos, como la de la parábola con la que Jesús concluye su Evangelio.

 

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Pablo también nos lo ha recordado con la historia de Israel, del Éxodo, salieron de Egipto, fueron protegidos por Dios de las plagas, conducidos por el mar y el desierto, alimentados, saciados en su sed por Dios, pero murieron en el desierto, sus cuerpos quedaron sobre la arena… como la higuera, que fue plantada, abonada, cuidada, protegida, pero que no da higos… Nosotros hemos recibido el Bautismo, catequesis, nos han transmitido la fe, hemos tenido todo lo que necesitamos, conocemos a Cristo, al menos eso creemos, somos higueras bien cuidadas, pero ¿damos higos? ¿Qué higos damos?

Moisés, dio su fruto, pues tras conocer lo que Dios quería de él, lo realizo, no sin esfuerzo, frustraciones y toda clase de dificultades, él fue respuesta al clamor de un pueblo oprimido, esclavizado…. ¿Soy yo respuesta al clamor de los que hoy sufren, son oprimidos y explotados? ¿no seré más bien parte de una sociedad que vive a costa del sufrimiento y la explotación de tantos que se quedan en el Mediterráneo o en las periferias de nuestras ciudades? ¿Me limito a cuidar del rebaño de mi suegro (mi herencia, mi tierra, mis ovejas, mis cosas…) o soy capaz de sentirme llamado para responder ante las necesidades de justicia, libertad, vida, de los que claman a Dios porque les hemos negado el derecho a todo?

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Tras las tentaciones, la transfiguración, hoy, en este camino cuaresmal hacia la Pascua, se nos invita a reflexionar sobre lo que soy, lo que tengo, por lo que lucho, por lo que Dios espera de mí, a ver si somos la higuera que no da higos, porque aún tenemos tiempo, un año más, antes de que nos corten, aún espera Dios que le demos fruto, el fruto que Él ha preparado y que espera de mí, de ti, de nosotros. ¿Se lo daremos?