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Por JUAN GARCÍA CASELLES / Son los cuatro jinetes que nos envía la historia contra el capitalismo, que parece que no va a durar ni siquiera un siglo más. Una birria de sistema, vamos. El primero es el del ecologismo, que afirma con evidencia aterradora que el despilfarro del capitalismo (de los capitalistas) está a punto de terminarse porque las materias primas utilizables (rentables) están acabándose y que la polución del aire y el agua es de tal magnitud que ni siquiera los más poderosos podrán encontrar refugio si el consumo (la utilización como materias primas para la producción) sigue creciendo al ritmo actual. A lo que hay que añadir que, salvo que la fusión nuclear pueda controlarse, las energías disponibles irán haciéndose cada vez más escasas, lo que explica el porqué de tantas guerras irracionales tras de las que está siempre el petróleo (Somalia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Venezuela…).

Por otro lado, lo de la producción sostenible no es más que un puro manoseo de las palabras para ocultar la realidad incuestionable del agotamiento del planeta. Las famosas energías renovables tienen un límite que es la cantidad de energía solar que recibe la tierra, lo que es una cantidad fija (aproximadamente).

El segundo jinete es la era digital que se nos echa encima. La digitalización, la automatización, la ofimática y la inteligencia artificial van a eliminar innumerables puestos de trabajo en el aparato productivo. Los trabajadores en paro creciente inducirán una crisis sin precedentes por la caída de la demanda que solo podrá ser resuelta por la actuación de los poderes públicos creando instrumentos de renta básica para los trabajadores sin empleo y facilitando la creación de puestos de trabajo en el sector servicios para atender la existencia creciente de personas en la tercera edad y en servicios que mejoren la calidad de vida. Será necesario prolongar los periodos escolares y de formación que limiten la oferta de trabajo y permitan la presencia de sectores con mucha formación privilegiados con empleo en la producción. Pero, si os fijáis, esto ya no será capitalismo en sentido estricto porque cualquiera podrá vivir sin trabajar y sin pedir limosna.

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El tercer jinete es el carácter parasitario del capitalismo, que para crecer lo hace aprovechándose de la destrucción de las economías pre capitalistas. Se pudieron pagar salarios bajos porque el coste de mantenimiento y reproducción de la mano de obra era soportando en parte por el trabajo de las mujeres en eso que se llamaba trabajo doméstico (sus labores) y que aparecía en las estadísticas como “inactivo” y, además porque el coste de la alimentación y el vestido han sido tradicionalmente bajos debido a que sus materias primas prevenían del campesinado no capitalista. Como hoy el capitalismo ha inundado el mundo entero, destruyendo o subordinando los restos de antiguos sistemas económicos, tiene que empezar a remunerar la mano de obra por su coste real en el capitalismo, bien directamente, bien a través de las políticas sociales desarrolladas por los estados (salario indirecto), so capa de altruismo.

Y el cuarto jinete es el frustrante y profundo fracaso social. Este fracaso es, en primer lugar, económico, porque la distancia entre ricos y pobres no hace más que aumentar y las tradicionales recetas de desarrollo y educación, así como los distintos planes que han tratado de implantarse para acabar con la pobreza severa han resultado un total fiasco. Es también un fracaso político, porque mientras el capital ha completado la globalización campando por sus respetos por el ancho mundo, la política real sigue anclada al reducido ámbito de cada uno de los estados y se muestra absolutamente incapaz de poner cortapisas a los desmadres de la burguesía, salvo, quizá, en China. Es irracional el sistema de la no existencia de mecanismos reguladores, salvo un aparente mercado sometido a los caprichos de los grandes grupos financieros y las actuaciones de un grupo de organismos internacionales (FMI, OCDE, Banco Mundial, BIRD) que no hacen sino defender y justificar al propio capitalismo. Los intentos por superar las fronteras de momento están en embrión, como la Unión europea o son prácticamente intrascendentes como la OEA.

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Y, además, ha fracasado en el terreno ideológico. Porque mientras pregona la igualdad, practica la necesaria desigualdad para el funcionamiento de la economía, y mientras canta a la libertad condena a los pobres a la esclavitud por horas. Precisamente de este fracaso nacen los dos movimientos con mayores posibilidades transformadoras, que son la emigración y el feminismo, pero mientras el feminismo sobrevuela (con las naturales y evidentes excepciones) las graves diferencias económicas como si no existieran, la emigración nace de la misma entraña de la pobreza, por mucho que se empeñen los estados receptores en aparentar que se trata solo del derecho de asilo. Los emigrantes han venido para quedarse e imponen un mestizaje del que nadie podrá escapar y son la expresión actual de la famosa lucha de clases.

Soy mal profeta, pero los signos de corrupción y deterioro del sistema son evidentes: la corrupción, los nacionalismos, los fascismos, la necesaria colaboración del estado para conseguir el beneficio (lejos de aquel “laissez faire, laissez passer”), la lucha feroz de los grandes grupos económicos, la necesidad imperiosa de nuevas guerras y de conflictos de baja intensidad, las crisis profundas que terminan siempre con el triunfo de los capitalistas pero que dejan siempre unas sociedades cada vez más inestables, no hablan precisamente de la salud del capitalismo.

Eso sí, habrá que esperar a la próxima gran crisis, que a mi parecer, casi siempre equivocado, toca hacia mediados de la cuarta década del presente siglo XXI