Domingo 30 de junio 2019 (Fiesta de San Pedro y San Pablo) / Hechos 12, 1-11; Salmo 33; 2Timoteo 4, 6-8.17-18; Mateo 16, 13-19.  

Por JOSÉ LUIS BLEDA / Como viene siendo habitual en la diócesis de Cartagena, por decreto del obispo, celebramos el domingo más cercano al 29 de junio, la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo. Por tanto este domingo, las lecturas sobre las que baso mi comentario-reflexión para este fin de semana son las del día de San Pedro y San Pablo.

Celebrar a estos dos grandes apóstoles, los considerados columnas de la Iglesia de Roma o de Occidente, es celebrar la catolicidad o universalidad de la Iglesia, celebrar que la Iglesia se forma por la unidad de la diversidad, por todos, porque todos caben en ella, por eso recordamos con la memoria del martirio de Pedro y Pablo como lo diferente construye la Iglesia: Pedro pescador, de los primeros en seguir a Jesús, testigo privilegiado junto a Santiago y Juan de los grandes momentos de Jesús durante su vida pública, elegido por el mismo Jesús, antes de su Pasión para ser el primero de los apóstoles, elección confirmada por el propio Jesús tras su resurrección, a pesar de haberlo negado; Pablo, no conoció a Jesús en vida, sólo a partir de su experiencia en el camino a Damasco, culto, formado en una de las mejores escuelas rabínicas de su tiempo, la de Gamaliel, perseguidor de los cristianos a los que consideraba herejes, farsantes y un grave peligro para la verdadera fe y el pueblo de Israel, llamado a llevar el Evangelio a los gentiles, una vez convertido fue partidario de abandonar el judaísmo lo que le enfrento a los judeoconversos y al propio Pedro que intentó moderar entre los judeoconversos y los gentiles,… Pero, la Iglesia occidental, la apostólica y romana, nace de los dos, no sólo de uno de ellos.

Las lecturas nos presentan una característica común de ambos: su libertad ante la muerte y la vida, basada en su fe en Cristo Jesús. Si algo nos deja claro el relato de los Hechos sobre la liberación de Pedro es que él no la esperaba, había aceptado seguir a Santiago en el martirio, esperaba que Dios le recibiera ya en la vida eterna, y se da cuenta de que Dios lo ha librado cuando ya está fuera de la prisión y el ángel ha desaparecido. Pablo escribe a Timoteo hablando de su próxima ejecución, desde la prisión, la afronta no como un final, sino como el paso previo a recibir el premio por toda la tarea evangelizadora que ha realizado, como lo que espera, con la esperanza puesta en el mismo Cristo que lo libró de ser perseguidor y lo convirtió en apóstol y evangelizador, la muerte la afronta como la última liberación necesaria para alcanzar a Cristo Jesús.

Creer en Jesús, creer en lo que en el Evangelio dice Pedro sobre Jesús, creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, debería llevarnos a ser tan libres como ellos, libres ante todo lo que no sea Cristo: el dinero, el bienestar, la posición social y familiar,…  ¿lo somos? ¿Cuándo tenemos que decidir sobre nuestras vidas: cargo que ocupo, ascensos, ganar más, asumir mayores responsabilidades, inversiones, vacaciones, colegios, ir  este o a  otro tipo de eventos,.., qué lugar ocupa Cristo, su Evangelio, la fe a la hora de tomar la decisión? ¿En el momento de afrontar una enfermedad, la muerte, ya sea propia o de alguien muy querido y cercano, se hace con esperanza,…?

Celebrar a Pedro y a Pablo es celebrar que estamos unidos a ellos, y, a todos los que están unidos a ellos, en una misma fe, esperanza y libertad que nos une y conduce a Cristo Jesús.