EsclavitudPor José Ignacio GONZÁLEZ FAUS / “Hay cosas en este mundo más importantes que Dios, que un hombre no escupa sangre pa que otros vivan mejor”. Hace 40 años cité esos versos de Atahualpa Yupanki comentando que, para un cristiano, esas no son palabras ateas. Son el resumen de la forma como Dios se nos ha revelado en Jesucristo. Hoy, malherido por recortes y tijeretazos, quisiera retomar esos versos.

No sé cómo ni cuándo saldremos de la crisis. Hasta ahora todo lo que se nos dice o hace se resume así: “Los ricos han estado viviendo por encima de sus posibilidades financieras y por eso ahora toca a los pobres vivir por debajo de sus posibilidades humanas”. Por eso, en Grecia hay niños que se desmayan de hambre en clase, en España los jóvenes son obligados a emigrar y nada digamos de Etiopía, Mozambique y demás. Hay dinero para optar a la Olimpíada, para la F-1 o el monumento a los castellers, pero no para evitar que un ciudadano retrase diez meses una operación urgente.

No son cifras: son seres humanos con necesidades como las mías, sentimientos como los míos, posibilidades como las mías y dolores muy superiores a los míos que, además, se ven ninguneados y despreciados como si la culpa fuera suya. El decálogo del Dios bíblico mandaba no matar; en el decálogo del dios Capital el quinto mandamiento parece ser “bendecir al que te asesina”.

No quisiera ensañarme con políticos y economistas, aunque sorprende que, si coinciden en que “para crear empleo hay que reactivar la economía”, luego tomen medidas tendentes a desactivarla. Comprendo que no sepan cómo actuar porque nuestra situación es tan nueva como la de los días en que acababa de aparecer el sida: enfermedad desconocida que necesitaba mucha investigación y de la que sólo se sabía que era consecuencia de una burbuja o desmadre drogosexual, que se propagaba casi a la velocidad de la luz y que quienes más la iban a pagar serían los pobres. Hablando del sida, sospecho que nuestros gobernantes celebraron dos orgías sin preservativos que nos han traído el actual síndrome de inmunodeficiencia económica: la creación precipitada del euro (¡hay que leer lo que se decía entonces!), y usar el dinero del ciudadano para socorrer a los bancos, convirtiendo la deuda privada en pública…

Comprendo que nuestros gobiernos “vivan en el lío”, como dijo Rajoy, aunque crea muy criticable el contraste entre su prepotencia cuando era oposición (“Váyase usted, que esto lo arreglo yo…”; “no se escude en Europa”) y su modestia cuando gobierna, arrodillándose ante Europa y afrontando profecías de paro y decrecimiento tan malas o peores que las anteriores. O el contraste del otro, reclamando “soberanía para el pueblo catalán” para luego (ante decisiones muy serias que afectaban a ese pueblo), tomar las decisiones él solo sin consultar al pueblo: “Todo contra el pueblo pero sin el pueblo”, parece ser la nueva Ilustración.

Comprensivo con la perplejidad de los políticos, tienen claro a quién favorecer, aunque duden de cómo hacerlo: favorecer al capital frente al trabajo. Rajoy, pronosticándose una huelga general, y Guindos, asegurando una reforma laboral “muy agresiva”, dejaron claro que preparaban una agresión del capital al trabajo, que no desaparece aunque la reforma tenga medidas aceptables. Se acabó el “gobernar para todos”: se gobierna para el capital insaciable y se disimula hablando de “crear empleo” cuando se pretende crear esclavitud. La esclavitud siempre fue necesaria para que unos pocos vivan bien y fue un error de cristianismos y humanismos empeñarse en suprimirla.

Pero si las reformas son agresiones del capital al trabajo no es sólo porque sus autores piensen así, sino porque vivimos en un sistema montado sobre una agresión de ese tipo. Si el banco me presta un dinero y no se lo devuelvo, tiene derecho a quedarse con lo mío y a seguirme exigiendo más. Los que dejaron su dinero en una caja o en un banco y no se lo han devuelto no tienen derecho a nada. Si esto no es una agresión, que venga Dios y lo vea. O: hablar de salario “justo” es burda incoherencia, porque lo que necesita el capital son salarios lo más bajos posible y que logren mantenerse así por miedo a perder esos céntimos. “La Iglesia enseña la prioridad del trabajo frente al capital…: el trabajo siempre es una causa eficiente primaria, mientras el capital es sólo un instrumento” (Juan Pablo II). Pero esto es sólo desde una idea de Dios que ni los obispos comparten. Visto desde Wall Street, el trabajador sólo es una herramienta. Y las herramientas no tienen dignidad.

Me tacharán de ignorante o analfabeto económico. Pero… tuve una hermana gemela que murió de cáncer por un claro fallo médico. Al comunicarle el diagnóstico fatal, se limitó a exclamar: “Yo no sabré medicina, pero cuando digo que algo me duele es porque me duele; y al médico no le dolía”. Temo que a nuestros médicos económicos tampoco les duela.