Por JUAN GARCÍA CASELLES / ¿Os acordáis todavía de lo de Gamonal y las cosas que decía la prensa y los medios de la derechona? Recordad los epítetos que se gastaron para atacar a unas manifestaciones pacíficas y con escasos incidentes. ¿Qué hubieran dicho si los manifestantes hubieran utilizado adoquines para lanzárselos a la policía, montaran barricadas y construyeran barreras de fuego, usaran escudos, tuvieran todo tipo de armas, lanzaran cócteles Molotov?

Bueno, pues mirad ahora cómo, aparentemente, los manifestantes de Kiev (con razón o sin ella) resultan ser mansos corderitos atacados vilmente por el lobo sin piedad llamado Víktor Yanukóvich, (al parecer instrumento descarado de Putin), que no es que sea santo de mi devoción, pero que en realidad es un Presidente elegido democráticamente, tan legitimado como Rajoy, pongo por caso.

La pregunta es: ¿por qué en unos casos los medios acusan de violencia a los de Gamonal y se olvidan de la violencia real de los de Kiev? ¿Qué hubieran dicho si los de Gamonal hubieran matado diez policías y tuvieran presos otros setenta, por muy justificadas que estuvieran sus violencias?

Es verdad que el Yanukovic se ha rendido con armas y bagajes y que los vencedores (que da la casualidad de que somos nosotros, los que nos llamamos europeos, democráticos y respetuosos de todos los derechos humanos) estamos la mar de contentos porque la civilización ha triunfado frente al siniestro Oriente y los intentos de Putin de arrancarnos nuestra codiciada presa.

¿Pero cómo explicar a una persona decente la distinta percepción de los medios de comunicación en un caso y en otro? Pues es bien sencillo. La clave está en los intereses del gran capital. No en vano los medios son propiedad de los poderosos, de los ricos. Y los ricos, las multinacionales, están interesadas en ampliar sus dominios hacia Oriente y Ucrania ha tenido la desgracia de encontrarse en su camino.
El petróleo del Cáucaso era objetivo prioritario de Hitler y hoy sigue siendo objetivo de la Merkel. Nada nuevo bajo el sol.

Por eso cuando están en juego los intereses más sagrados, que son los intereses del gran capital, el ser manifestante bueno o malo depende únicamente de si la manifestación concuerda o no con los designios del poder supremo, sin que tengan nada que ver esas cosas de la verdad, la ética, la violencia, el derecho a la vida, el respeto a la voluntad de los pueblos y otras mandangas sin importancia.