Por BERNARDO PÉREZ ANDREO / La falacia capitalista se extiende hasta el punto de hacernos creer que es el sistema social «natural», de ahí lo de falacia, pues nos muestra como verdad lo que no es sino una falsedad extrema. Stefano Zamagni, padre de la economía del bien común y economista católico que ha influido en la Doctrina Social de la Iglesia reciente, como en la Encíclica Caritas in Veritate, lo expresa con meridiana claridad: el mercado es el género, mientras el capitalismo es la especie. Me gusta añadir cuando lo explico que es la especie degenerada, pues el mercado puede ser un instrumento interesante e inteligente para organizar el intercambio de bienes y servicios, pero en el capitalismo el mercado es sólo el instrumento de los que tienen los recursos para apropiarse de todo e impedir que otros accedan a ellos.

Por esto mismo, Zamagni dice que para que exista una economía humana es necesario que los hombres tengan cubiertas las necesidades básicas antes de entrar en la competencia de mercado, de lo contrario lo que sucederá es que los que no tengas medios se verán en la necesidad de vender lo único que tienen en el mercado: su yo, a sí mismos, es decir, en una sociedad de mercado capitalista, los que no poseen los medios de vida necesarios deben prostituirse.
Marx lo expresó de forma muy precisa en el libro primero de El Capital, en el fetichismo de la mercancía se sustancia lo que el capitalismo consigue con el mercado, dicho de otro modo, mercantilizar todas las dimensiones de lo humano es el proyecto diabólico del capitalismo. Por esto mismo hemos dicho en muchas ocasiones que el capitalismo es perverso, inhumano y anticristiano. Los necios tienden a confundir el capitalismo con el mercado, cuando éste es previo a aquél. Bien utilizado como realidad instrumental y con las estructuras adecuadas, el mercado es algo bueno y positivo. Los seres humanos hemos creado esa realidad para poder intercambiar lo que producimos y necesitamos desde los tiempos del neolítico, pero siempre bajo estrictos controles, como muy bien lo  contó Karl Polanyi en El sustento del hombre. El mercado, los mercados, han existido sometidos a estrictas normas y leyes: sólo se podían realizar en un tiempo y lugar determinados, como hoy vemos en los pueblos de nuestro país, se podían intercambiar productos limitados y con una calidad determinada; incluso existían tabúes en relación al mercado. El mercado, por tanto, es una realidad interesante, pero utilizado por el capitalismo como instrumentos para aumentar el beneficio, el mercado se transforma en un ara donde se sacrifica lo humano.
Para los capitalistas, la vida no es sino un elemento más para incrementar el beneficio, de ahí que vida y muerte son dos realidades inversamente proporcionales y antitétias: mi vida es tu muerte; tu vida, mi muerte.El capitalismo sólo sobrevive a costa de provocar muerte y devastación por doquier, no es una realidad viva, sino que cual zombi, vive de la vida de otros. Es un muerto viviente que reclama cada día su ración para seguir viviendo. En los tiempos actuales, el capitalismo sobrevive gracias a la destrucción de la humanidad de forma sistemática. Así sucede en nuestro país con las políticas criminales destinadas a inyectar recursos en el sistema financiero zombificado del cual viven las élites nacionales y extranjeras. Pero también lo vemos en Irak, Siria o Palestina. Los intereses capitalistas globales requieren mantener el control de intercambio de petróleo en dólares y su suministro. Que en Siria, Irak o Irán exista una barbarie permite mantener bajo control los recursos petrolíferos, afianzar el dólar como moneda de intercambio internacional y aumentar la inversión mundial en armamento. Todo esto se hace de forma consciente (basta con leer a Brzehnev Brzezinski, ideólogo de la Casa Blanca) con la única finalidad de mantener el orden mundial capitalita.
Mors tua, vita mea (tu muerte es mi vida) es el lema hobbsiano que rige los destinos del capitalismo, hijo legítimo del liberalismo, el productivismo y el progresismo. Acabar con él es el designio de todo ser humano cabal, de todo cristiano comprometido y de un católico que se precie. ¡Manos a la obra!