IV DOMINGO DE ADVIENTO / Miqueas 5, 1-4a; Salmo 79; Hebreos 10, 5-10; Lucas 1, 39-45

Por JOSÉ LUIS BLEDA / Este año apenas hay cuarta semana de Adviento, ya que el lunes es ya Nochebuena. María tuvo que vivir una sensación parecida cuando el ángel Gabriel le anunció que sería la Madre de Jesús. No se fijó tanto en ella como en la señal que le daba: su pariente Isabel ya estaba de 6 meses… No había tiempo que perder, había que salir de prisa, para ir a servir, para ayudar a aquella mujer mayor que iba a tener su primer y único hijo, cuando ya no lo esperaba. Lo de Isabel sí que era un milagro, un signo de Dios, pues que una muchacha, una doncella, se quedara embarazada y diera a luz es normal, pero que una mujer mayor, que nunca había podido concebir lo hiciera, era todo un signo de Dios de que sus promesas se cumplen, y su promesa a María era que ella sería la Madre de Jesús, el Mesías, el Salvador, en su salida, en su servicio, María recibe la señal que necesita para saber que lo del ángel no ha sido un sueño, que lo de ser madre sin conocer varón no es un imposible, que ella puede dar a Luz, para todos los demás, al Mesías y Salvador, y eso es lo que le dice Isabel cuando la ve entrar en su hogar, en su morada.

La pequeña, la doncella, la muchacha, la prometida del carpintero, pasa así a ser más grande que la mayor, que la esposa de un sacerdote, se cumple así la profecía de Miqueas, donde se nos anuncia que lo Maravilloso, lo Grande, lo Bueno, no procede de lo más grande y poderoso, sino de lo pequeño, lo humilde, lo que no cuenta, por eso, quiénes buscamos las soluciones en lo que deslumbra, brilla, truena, se sube por encima de otros y a costa de muchos… no podemos entender la Buena Nueva, que viene desde lo pequeño, lo sencillo, lo que no hace ruido y no deslumbra. Quizá hoy, para dejar que el Misterio de la Navidad entre en nuestro corazón, deberíamos apagar luces y altavoces… Para escuchar el silencio, ver la luz de las estrellas, mirar el milagro de la vida en lo pequeño y sencillo que hay a nuestro alrededor.

Esto mismo se nos expresa en la segunda lectura, de la carta a los Hebreos, con su Encarnación y su Nacimiento, con Jesús, Dios nos dice que nos quiere, y, recordando lo que ya dijo a través de los profetas, nos vuelve a decir que no quiere ni necesita nuestros sacrificios, ni ofrendas, ni holocaustos, que no hay nada que podamos darle que Él ya no tenga y que necesite, es como si quisiéramos pagar la comida que nuestros padres nos ponen en la mesa, o la sonrisa, abrazo y cariño del abuelo, hermano, madre, padre… El amor no se puede pagar, un amor que se paga no es amor, es otra cosa… Lo único que quiere es a nosotros, a mí, a ti, lo que somos, y la única manera que tenemos de corresponder a ese amor, que se manifiesta en la Navidad, es siendo lo que Él quiere que seamos, vivir cómo Él lo hizo, como María nos enseña al ponerse en camino, al ponerse al servicio de aquella que necesitaba ayuda para dar vida.
Se acerca la Navidad, pongámonos en camino, de prisa, vayamos al encuentro de la vida, y eso sólo se puede hacer saliendo al encuentro de quién necesita de nuestro servicio, y que es el signo de que las promesas de Dios se cumplirán, se cumplen.