COMENTARIO EVANGÉLICO / En la Fiesta de la Epifanía
Isaías 60, 1-6; Salmo 71; Efesios 3, 2-3a.5-6; Mateo 2, 1-12

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Por JOSÉ LUIS BLEDA / Llegamos al fin de las fiestas de Navidad y lo hacemos con la fiesta de la Epifanía, más conocida como la de los Reyes, aunque la Navidad continúa ya que litúrgicamente hasta la celebración del Bautismo del Señor, el próximo domingo, aún estamos en el tiempo de Navidad. Pero como dicen en el pueblo: “Hasta san Antón, Pascuas son, y si quieres más, hasta san Blas”.
La palabra Epifanía significa manifestación, revelación, y con ella, lo que la Iglesia nos indica es que estos Misterios que hemos celebrado: el Nacimiento de Jesús, la Maternidad de María… son una Buena Noticia no sólo para el pueblo de Israel, sino para todas las naciones, que aparecen representadas en los Magos que adoran a Jesús. Culmina así la Navidad, en el día en que nuestros hermanos ortodoxos celebran la Pascua, celebrando en el mismo día el Nacimiento, la Adoración de los Magos y el Bautismo de Jesús.

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En esta celebración, las lecturas nos invitan a los creyentes a: alegrarnos, a tomar conciencia de lo que recibimos y para qué lo recibimos, a entregarlo todo al Niño-Dios que nos ha nacido.
La alegría, a la que se nos invitaba ya en Adviento, debe llenarlo todo, la alegría de saber que Dios ya está aquí, ya ha nacido, ya vive en medio de nosotros, ya nos ha llegado su luz, todo ya se ha realizado, se está realizando: la salvación, el Evangelio, la fe, no son realidades para un más allá, para un futuro que nunca llega, son realidades para aquí y ahora. Por eso, en la circunstancias actuales, con todas sus sombras y oscuridades, el creyente vive la alegría de saber que Cristo está presente, ya ha triunfado, el Reino ya está realizándose, no es para mañana, es para hoy.

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Una prueba de esto, y, un gran motivo de alegría, es tomar conciencia de todo lo que hemos recibido, darnos cuenta de los dones que tenemos, ninguno por merecimiento, pues todos nos han sido dados. Y, junto con esta conciencia de todo lo que hemos recibido, tomar conciencia de para qué lo hemos recibido: “a favor vuestro” nos escribe Pablo. Él era consciente de que todo lo que había vivido y recibido de Dios era para los demás, y, él, que había sido un judío exclusivista, celoso de la Ley, nos dice, y dedicará toda su vida, que en esos demás, en el vosotros, entran todos, entran los gentiles, los no judíos. Vivir la Navidad, tener fe, ser conscientes de que Dios nos ama hasta el punto de hacerse como nosotros, es algo que hemos recibido, que no todos los entienden ni comprenden, y si nosotros lo experimentamos y alegramos, esto no debe ser para que se quede en nuestro interior o intimidad, sino para darlo a los demás, manifestarlo, comunicarlo, hacerlo vida, mostrarlo con nuestras palabras y obras. Nada más ridículo, incoherente y absurdo que besar después de cada misa la imagen de un niño Jesús, y seguir pensando que el inmigrante, el refugiado, el otro, es un peligro, un invasor, una amenaza… y no ver en él al mismo niño Jesús cuyo nacimiento hemos celebrado, al hermano en el que Dios se hace presente y nos da la oportunidad de tocarle, acariciarle, servirle y amarle.
Seamos magos, es decir, extranjeros como ellos, pero extranjeros capaces de adorar al niño, al nacido de otro pueblo, de postrarnos ante él y reconocer presente la Divinidad.
Los magos, historia que sólo se nos cuenta en el Evangelio de Mateo, eran, por así decirlo, los sacerdotes de la religión de los persas en tiempos de Jesús. Mateo no nos dice cuántos eran, suponemos que varios, pero, en su Evangelio, escrito para los judíos, lo que con este relato se nos dice, es que Dios, el Dios hecho niño, el Dios que se revela y nos ama, no es sólo el Dios de un pueblo, sino que lo es para todos, y por eso subraya la paradoja frente al rey de los judíos que ve al Niño como una amenaza (como por desgracia muchos ven a sus hermanos migrantes y refugiados), los magos, los seguidores de otra religión tan sabia y respetable como la judía, son capaces de dejarlo todo, incluso su tierra, su cultura, para ir a buscar un niño y entregar a ese niño todo: el oro, el incienso, la mirra. Seamos magos, es decir, extranjeros como ellos, pero extranjeros capaces de adorar al niño, al nacido de otro pueblo, de postrarnos ante él y reconocer presente la Divinidad.
Que estas Navidades nos ayuden a realizar la misma gesta que los magos realizaron, y así, ser capaces de adorar la Verdad que se nos ha manifestado.
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