Domingo 27 de enero 2019 / Nehemías 8, 24a.5-6.8-10; Salmo 18; 1Corintios 12, 12-30; Lucas 1, 1-4; 4, 14-21.

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Por JOSÉ LUIS BLEDA / Ahora sí, a la tercera va la vencida, podemos decir que iniciamos el tiempo ordinario y lo hacemos siguiendo el Evangelio de Lucas. Si os fijáis se proclama hoy el inicio de ese Evangelio, los cuatro primero versículos del capítulo primero, donde Lucas dirige unas palabras a Teófilo, que en griego significa hijo de Dios, ¿se dedica el Evangelio a un personaje llamado a sí o a todos los que somos hijos de Dios por el Bautismo? y explica lo que nos va a ofrecer en su relato. Luego pasamos al capítulo 4, al relato del inicio de la predicación de Jesús, una vez bautizado, una predicación que inicia en la sinagoga del pueblo donde había crecido: Nazaret, y de una manera sencilla, profunda y significativa. Jesús, como todo judío, proclama la lectura en la liturgia del sábado, leyendo una profecía de Isaías, quizá, al menos para mí, una de las más bellas, donde se nos describe para qué nos ha elegido Dios y dado su Espíritu: evangelizar a los pobres, proclamar la libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos, … Y, luego, Jesús hace la homilía más breve, más sencilla y más profunda: se sienta y dice que “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.

¿Cuántas veces hemos oído lo de evangelizar a los pobres, proclamar la libertad a los cautivos, dar la vista a los ciegos? Hasta hay canciones sobre esto. ¿Cuántos libros se han escrito sobre estas palabras de Isaías y sobre el Evangelio…? Pero, la Iglesia, los cristianos, los creyentes, las comunidades de las que formamos parte, ¿somos realmente, objetivamente con nuestros hechos y modos de vivir, una buena noticia para los pobres, liberamos a los cautivos, abrimos los ojos de los ciegos? ¿Podemos sentarnos, tras proclamar el Evangelio, y decir como Jesús, que, en nosotros, en mi vida, el Evangelio se hace realidad?

Consagramos el libro, el continente, lo que contiene el Mensaje de Dios, pero despreciamos ese mensaje, lo reducimos a nada, somos capaces de escucharlo, mejor dicho, oírlo una y otra vez, sin que afecte nuestra vida, nuestras obras.

A estas preguntas podemos añadirle las lecturas que preceden el Evangelio. La primera nos narra la fiesta y la liturgia que se celebra en torno a un libro de la Ley que encontraron los judíos en unas obras de restauración del Templo, lo consideran un milagro, haberlo encontrado, un signo de Dios, y en torno a ese libro se hace toda una liturgia y una fiesta, como si Dios les estuviera hablando. ¡Cuánto se hace en torno a un libro! Claro es un libro sagrado, si alguien lo toca y no como se debe, es reo de muerte, es un blasfemo, pero si cuando se nos acerca un pobre, un necesitado miramos hacia otro lado, lo dejamos morir ahogado, o al otro lado de una valla o un muro, o en la calzada, entonces no blasfemamos, ni somos sacrílegos. Consagramos el libro, el continente, lo que contiene el Mensaje de Dios, pero despreciamos ese mensaje, lo reducimos a nada, somos capaces de escucharlo, mejor dicho, oírlo una y otra vez, sin que afecte nuestra vida, nuestras obras.

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El ejemplo lo tenemos en la segunda lectura. En ella, Pablo, nos deja claro una de las consecuencias de ser creyentes, una de las cosas que implica creer en Jesucristo: creer que todos formamos parte de un mismo cuerpo, creer que por encima de nuestras diferencias: color de piel, nacionalidad, cultura, género, edad, posición social, todos somos parte importante de Cristo, y nadie puede prescindir de nadie. Pero, en la práctica creemos que ser buen católico significa ser español por encima de todo, y que es más católico el monárquico que el republicano, el de derechas que el de izquierdas,… Reducimos la fe, el seguimiento de Jesús a una práctica de ritos, oraciones, ofrendas, promesas, cumplimientos… pero nos olvidamos de tocar leprosos, ciegos, tullidos, de perdonar pecados, de impedir linchamientos o lapidaciones, de devolver la dignidad a quiénes la han perdido: adúlteras, enfermos infecciosos, excluidos por la sociedad,…

Hoy, para iniciar en el Evangelio de Lucas, el recorrido que haremos durante este 2019 de los milagros y dichos de Jesús, se nos invita a sentarnos, a callar, y a reflexionar sobre esas palabras de Jesús, sobre su primera homilía: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.
¿Seremos capaces de hacer eso vida, de que sea verdad, no sólo en Jesucristo, sino en todos y cada uno de los que hoy formamos su Iglesia?