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Por JUAN GARCÍA CASELLES / Los nacionalistas, como era de esperar, han votado unidos para defender los sagrados intereses de la patria (cada uno de la suya) frente a los intereses de las capas más débiles de la sociedad, con la loable y honrosa excepción del PNV. Es que, digan lo que digan, cuando llega la hora de la verdad, todo nacionalista es de derechas, es decir, primero los míos y luego todos los demás, puro estilo Trump o Bolsonaro. Y el triunfo de la patria lleva implícita, por lo visto, inevitablemente la derrota de los ciudadanos menos poderosos, porque la patria, la nación, es la excusa perfecta  ara cualquier clase de injusticias, especialmente las que se cometen contra los más débiles, contra los niños, las mujeres, los ancianos, los parados, etc.

Dice el señor Rufián que formarán un dique contra el fascismo, lo que me parece bien, sobre todo si empiezan por hacerlo con el que contamina el nacionalismo catalán. El nacionalismo, cualquier nacionalismo, como el egoísmo, es un sentimiento del que nadie puede librarse, pero cada uno es responsable de su control, de someter el impulso a la racionalidad y a la justicia. El nacionalismo altamente incontrolado es el fascismo en sus innumerables vertientes, una de las cuales, no conviene olvidarlo, es el nacional-socialismo, que bajo la apariencia de un cierto izquierdismo esconde su firme designio de servir al capital, que es el dueño real de la nación y de sus órganos  representativos, o, mejor dicho, la nación es uno de los inventos necesarios para que el capital imponga su racionalidad al conjunto de la sociedad. Antes del capitalismo las
naciones no existían a los efectos políticos tal y como hoy las conocemos.

Cada uno podrá defender su postura como mejor le parezca, pero frente a las palabras, lo que queda son los hechos y como ya dijo Jesús, por sus hechos los conoceréis. El que elige la autonomía de su nación frente al hambre de los niños, podrá buscarse las excusas que quiera, allá él con su conciencia, pero los hechos y los dolores están ahí.

No se trata de condenar a nadie por aquello de que cada uno lleva su alma en su almario, pero es imprescindible que, entre demócratas, se haga la necesaria reflexión de ver el nacionalismo en el ojo propio antes de condenar el ajeno. En todo caso, no todos los nacionalismos tienen la misma gravedad. A mí, personalmente, me da más miedo Trump que un militante del BNGA y le tengo miedo sobre todo a VOX y la extrema derecha nacionalista española.

Yo sé que los militantes de ERC, por ejemplo, son gente honesta en general (aunque no parece preciso substituir a la Moreneta por el Sr. Junqueras), pero un tanto cegados por su amor a su tierra, por lo que creo que no caen en la cuenta de que su socio (el actual PdCat) ha sido uno de los partidos más corruptos y de los que más
duramente han apretado las tuercas al pueblo llano y no sé si se dieron cuenta de que el independentismo repentino que le entró al Sr. Más no era más que la necesidad de
huir lo más pronto posible de la Guardia Civil que les seguía el rastro.