Domingo 3 marzo 2019 (VIII Tiempo Ordinario) / Eclesiástico 27, 4-7; Salmo 91; 1Corintios 15, 54-58; Lucas 6, 39-45.

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Por JOSÉ LUIS BLEDA / Iniciamos ya el mes de marzo, el tiempo pasa, nos encontramos en pleno carnaval, el próximo miércoles será el de Ceniza, iniciándose ya la Cuaresma, y, acabamos de salir, a nivel de Iglesia, de la cumbre que se ha celebrado en el Vaticano sobre los abusos y la pederastia. Tiempo de disfrazarnos, aunque en el disfraz se exprese lo que realmente llevamos dentro, tiempo de quedarnos en lo externo y lo efímero: caretas, plumas, máscaras, ruidos, bailes,… Pero, como en el Evangelio se nos invita, tiempo de ir a nuestro corazón, de analizar lo que llevamos dentro, lo que sale del corazón.

¿Qué sale de mi corazón? ¿Qué creen mis feligreses que llevo dentro? El libro del Eclesiástico nos recomienda escuchar lo que cada uno dice antes de juzgarlo, escuchar para ver, para discernir, qué piensa y qué es realmente esa persona. Permitirme aplicar esto al colectivo de la Iglesia, de la comunidad parroquial, de un grupo de cristianos: ¿De qué hablamos? ¿Del pecado, del mundo, de la carne? ¿De los dineros, las obras, los gastos, los presupuestos, los impuestos? ¿De ornamentos, ritos, liturgias, novenas, posturas? ¿Del amor, de los compromisos, de los pobres, de las necesidades, del emigrante y refugiado como hermano? ¿De qué deberíamos hablar si seguimos a Jesús, a ese Jesús que hace dos domingos enunciaba las bienaventuranzas y que el pasado domingo nos invitaba amar al enemigo?

 

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Estamos en fiestas, música, alegría, momentos de pasarlo bien y de divertirnos. Momentos para bendecir a Dios, para darle gracias, siguiendo el salmo 91 por todo lo que va creciendo a nuestro alrededor, pues aunque hay motivos para quejarse y lamentarse, lo cierto es que en nuestros pueblos se celebra el Carnaval, y, se prepara ya la Semana Santa y la elección de la Reina de la Huerta. Son días de no ver que los desahucios siguen, donde los problemas de los sin techo, sin papeles, sin derechos, sin voz, quedan, si cabe, más a un lado,.. El problema es ver el disfraz, que la comparsa salga bien, sacar la túnica para prepararla, pagar la cuota para salir en la procesión,… También las lecturas nos invitan a darnos cuenta de lo afortunados que somos, y, dar gracias, aquí no explotan bombas, y, a pesar de todo, tenemos fiesta en el presente y futuro por delante, si cierran el puerto, nosotros ya estamos en tierra, siempre lo hemos estado.

Pablo espera el tiempo en que todos podamos ponernos un disfraz: cuando lo corruptible se revista de incorruptibilidad, cuando lo mortal se revista de inmortalidad, cuando el amor de Dios sea una realidad en nuestras vidas, cuando Jesús, su Reino, sean una realidad presente. Nuestro amor tiene que crecer, no puede quedarse en un amor egoísta, en un deseo de que me quieran, tengo que pasar a amar plenamente, a amar tanto que no considere negativo el sufrir o el sacrificio que tenga que hacer para que el otro sea feliz, esforzarnos para superar la muerte, mantenernos firmes para superar todo aquello que lleva a la muerte, para que la fiesta no sea solo para unos pocos, sino que en ella puedan alegrarse, bailar y participar todos, sea una fiesta total, para todos y para toda la eternidad. La verdad que esta esperanza de Pablo me llena de consuelo, pues si lo corruptible se viste de incorruptibilidad y lo mortal de inmortalidad lo que se afirma es que hay esperanza, que todos podemos cambiar, aunque seamos corruptos, aunque estemos muertos o casi muertos, siempre podremos vivir, podremos vencer nuestra corrupción, superarla y llegar a la incorruptibilidad.

 

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¿Cómo orientar, cómo guiar, a mi pueblo, a los que la Iglesia me ha confiado, en este camino hacia la felicidad plena, la incorruptibilidad, la inmortalidad, la plenitud del Amor? Desde luego, un ciego no puede guiar a otro ciego, al menos no puede guiarlo bien. Para salir de mi ceguera necesito de la Luz, la Luz del Evangelio, de Jesucristo, que me llega a través de la oración, de la vida en comunidad, de compartir vida, pensamientos, ilusiones y fracasos con otros, que también buscan llegar a la meta y que también reflejan la Luz que les ilumina; reconociendo que no soy más ni mejor, aceptando mis límites y errores, dejándome corregir, para sacar así la viga de mis ojos, y caminar junto con otros, tras aquél que nos ha amado y nos invita hoy a superarnos y crecer en el amor.

Hoy más que nunca, los clérigos, los ministros de la Iglesia, no podemos presentarnos como los superhombres que lo sabemos todo, y, que podemos dirigirlo, organizarlo y llevarlo todo, conduciendo al resto del pueblo hacia el Salvador, sino, como parte pecadora del pueblo, que a pesar de nuestro pecado y con nuestros límites y errores, nos ponemos al servicio de los otros miembros del pueblo, para que junto a ellos crezcamos en el Amor y avancemos en la construcción del Reino.