Domingo 10 marzo 2019 (I Cuaresma) / Deuteronomio 26, 4-10; Salmo 90; Romanos 10, 8-13; Lucas 4, 1-13.

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Por JOSÉ LUIS BLEDA / Ya estamos en Cuaresma, y casi, también, en primavera, y todavía con los ecos del Carnaval, escuchamos este domingo el Evangelio de las Tentaciones, este año según la versión que nos presenta Lucas. El pasado miércoles iniciábamos la Cuaresma con la imposición de la ceniza y escuchábamos a Jesús, en el Evangelio de Mateo, invitándonos a hacer la limosna, la oración y el ayuno desde el corazón, en este domingo es san Pablo, en la carta a los Romanos, quién nos invita a creer en el corazón para profesar lo que creemos con los labios. Vivir la Cuaresma, la fe, nuestra vida, desde el corazón, sin engañarnos, sin mentirnos, siendo coherentes entre lo que sentimos y lo que profesamos. Ojalá lo consigamos.
Para ser coherentes, vivir en la verdad, es importante saber quiénes somos, quiénes somos realmente, una pregunta profunda, seria, que no es fácil responder: no basta con saber mi nombre o como me llaman, ni tampoco mi oficio, ni quiénes son mis padres, mis hermanos, etc…, es algo más profundo. Es una pregunta, que llevada a última instancia puede quitarme el sueño, me deja plantado solo en medio del desierto, en medio del mar.

«Yo he visto el hambre en África»

Partiendo de aquí, me encuentro con las tentaciones que nos narra Lucas, los cuatro evangelios coinciden en que Jesús fue tentado, y que las tentaciones fueron tres, luego vienen los pequeños matices. La primera es la del hambre, el hambre que es figura de todo lo que un ser humano necesita, ya que lo primero que necesitamos es alimentarnos, sustentarnos. La primera tentación es saciar mi hambre, responder a mis necesidades, y ello sin pensar en los demás. Lo he visto en África, allí los muchachos y los niños pasan más hambre que aquí, aquí, en casa, con la familia, no es infrecuente ver como los más pequeños, incluso los mayores, se sientan en la mesa y empiezan a comer, sin esperar que se siente la que ha cocinado ni la que sirve, nos lanzamos a comerlo todo, como si fuese a faltar. Allí no, primero se espera que se sirvan las autoridades, los ancianos, y luego, hay para todos, si se dan unas chocolatinas a un grupo de muchachos, estos no las devoran de golpe, sino que esperan que todos hayan recibido y si no hay para todos, las comparten,…, tienen hambre, pero piensan en grupo, piensan en los otros del grupo, de la tribu, del clan, del equipo, no es el YO lo más importante sino el NOSOTROS. Lo más importante en mi vida no puede ser lo que YO necesito, lo que YO merezco, lo que a MÍ me hace falta, si esto es lo más importante, nunca tendré lo suficiente, siempre me faltará algo, nunca me reconocerán todo lo que me merezco,…, habré caído en la primera tentación.

La segunda es la del poder, todo lo que haríamos si tuviésemos en el poder, el mando sobre los ejércitos,… Recuerdo cuando era joven y pensaba si yo fuera sacerdote,…, ahora lo soy, y, ¡qué pocas cosas me he atrevido a hacer como pensaba que debía hacer! Para lo que realmente somos, y para lo que desde el seguimiento de Jesús y desde el Evangelio se nos pide, no hace falta tener poder, ni autoridad sobre mil, cien o diez hombres, simplemente hay que sentirlo, creerlo, vivirlo, en el corazón y dejar luego que todo mi yo actué según ese corazón, corazón en el que debe reinar Él. ¿Cuántos poderosos no tienen luego en la realidad, ni siquiera el poder de dejar el poder, aunque vean que su pueblo sufre y va a la ruina?

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Por último una tentación algo sibilina, la de poner en prueba a Dios, la de probar mi fe, la de hacer que Dios actué para demostrar o demostrarme que existe. En el fondo es una manera de mostrar que realmente no me fío de Dios. Es también una invitación a usar a Dios, la fe, la religión en función de mi capricho, mis antojos, mis anhelos, es ponerme por encima de Dios para que Él pase a ser mi servidor, que me saque las castañas del fuego, que haga lo que yo quiera,.., porque yo me lo merezco, he vuelto a la primera tentación. Si Dios está conmigo, y yo con Él, no necesito demostrarlo, simplemente tengo que vivirlo, y, en el hecho de vivirlo, desde la debilidad, la fragilidad, la pobreza, la humildad, el anonadamiento, en ese hecho se da el testimonio de Dios más que desde el poder, la fuerza, el oropel o el número cirquense.

Dios está conmigo en la tribulación, en lo pequeño, en el fracaso, cuando no cuento, cuando todo me sale mal o no sale, pero cuando soy capaz de ver que sin ser nadie Él cuenta conmigo, está ahí, me hace capaz de sonreír y de hacer sonreír a otros, de compartir la vida, de valorarla, de disfrutarla,… No nos dejemos vencer por las tentaciones, demos respuesta a lo que realmente somos y necesitamos en nuestra vida, como lo hizo Jesús, poniendo a Dios en su lugar, dándole solo a Él el culto, el poder, el honor, la alabanza, y sabiendo que Él está conmigo, con nosotros.

Feliz Cuaresma.