Domingo 5 de enero de 2010 | Isaías 60, 1-6; Salmo 71; Efesios 3, 2-3.5-6; Mateo 2, 1-12

Por JOSÉ LUIS BLEDA | La primera del año, y, siguiendo ya el ritmo litúrgico de la tierra dónde vivo, Honduras, aquí el domingo siguiente al 1 de enero se celebra la Fiesta de la Epifanía, más conocida en España, como la de los Reyes Magos, por eso la reflexión se basa en la meditación de las lecturas de esta fiesta.

Con esta fiesta no termina la Navidad, este tiempo continúa hasta el siguiente domingo en que se celebrará el Bautismo del Señor y se iniciará el Tiempo Ordinario, con lo que la Navidad no termina, se convierte en el inicio del tiempo, de la historia, de la Salvación que se manifestará en la Pascua,… Pero sí, se puede afirmar que llega a su culmen… Hemos celebrado el Nacimiento de Jesús, centrándonos en el Dios hecho niño, luego nos hemos fijado en la Sagrada Familia y especialmente en María, hoy se nos invita a mirar a todo el mundo, a todas las gentes o naciones, a todo el pueblo por el que Dios nació, se hizo como nosotros, murió y resucitó. La fiesta de la Epifanía nos recuerda que Dios es para todos, no sólo para mí ni para los míos, sino para todos, y que todo creyente, en la medida que cree en el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, tiene que tener un corazón y una mente abiertos a la universalidad.

Así, la profecía de Isaías nos dice que la Luz que hemos visto, que hemos recibido, que hemos vivido estos días, es una Luz para todos, por eso, tenemos que levantarnos y resplandecer o iluminar. Resplandecer e iluminar, así es como los primeros cristianos llamaban  a la evangelización, a lo que hoy conocemos como misión o anuncio del Evangelio, por ello los santos que llevaron por vez primera el Evangelio a sus naciones durante los primeros siglos, especialmente en las Iglesias orientales, reciben el nombre de Iluminador. Llevar la Luz recibida, llevar a Dios, a un mundo cubierto por las tinieblas, envuelto en una espesa niebla, tal y como se nos describe en la profecía. El creyente ve el mundo, y al verlo se da cuenta de todas sus carencias, de todos los retos que le presenta, pero no para caer en el pesimismo, sino para afrontar esos retos desde la Luz recibida, sabiendo, como se nos invita a proclamar en el salmo 71 que todos los pueblos están llamados a adorar al Señor.

Para eso hemos recibido lo que llamamos la Gracia, tal y como san Pablo recuerda a los efesios, ellos han recibido la Gracia, como nosotros, y esta es algo que nos abre a la universalidad. La Gracia, el don de Dios, el don gratuito, sobrenatural y eterno que Dios nos da para la salvación, es algo para nosotros pero también para los otros: los paganos, los extranjeros, los inmigrantes, los evangélicos, los musulmanes, los no creyentes,… Todos estamos llamados a vivir la misma Promesa, habitar la misma tierra, llegar al mismo cielo, construir el mismo Reino.

Los magos, van y encuentran, y adoran y ofrecen todo lo que son: ofrecen su espiritualidad (incienso), sus bienes materiales (oro), su tiempo, sus vidas (mirra)       

Y, esto se nos pone de manifiesto en el relato de los Magos. Unos personajes no judíos, venidos de Oriente, de otro pueblo, de otra cultura, de otra religión, sin dejar de ser lo que eran, pero dejándolo todo por seguir la Luz de la estrella, se acercan a adorar al mismo niño que ya han adorado los pastores, al mismo niño que ha nacido para la salvación de Israel. Ellos no lo conocían todo, por eso tienen que preguntar, como todo el que busca. Sabemos que los magos, en la época de Jesús eran miembros de la clase sacerdotal y gobernante de los persas de aquél momento, especialistas en astronomía y podemos considerarlos sabios,… Sin embargo, el evangelio de Mateo nos los presenta como buscadores: los verdaderos sabios no son los que se creen en posesión de la Verdad o de la Luz, sino los que la buscan, y la búsqueda les hace humildes, ya que el que busca reconoce que no lo tiene todo, no lo sabe todo, que necesita de otros para encontrar lo que quiere, así ellos preguntan al que sabe menos, pero quiere ser más y se cree que tiene que ser más. Los judíos tenían, conocían lo que buscaban los magos, pero no les había servido de nada: los pastores de Belén se habían enterado antes del nacimiento del Mesías, que todos los sacerdotes, saduceos, fariseos y sabios de Israel que sabían leer e interpretar las Escrituras, de estos no se nos dice que fueran a adorar al niño, excepto Simeón que lo recibe en el Templo. Ellos indican a los magos el camino, pero ellos, Herodes es el prototipo, no van. Herodes no va porque no quiere un Mesías, no quiere que el pueblo tenga un Mesías distinto a él. Nosotros también podemos ser Herodes cuando lo que queremos es detentar el poder, tener una buena posición y no perderla, ser el centro del mundo,… En cambio los magos, van y encuentran, y adoran y ofrecen todo lo que son: ofrecen su espiritualidad (incienso), sus bienes materiales (oro), su tiempo, sus vidas (mirra). Ojalá, nosotros creyentes, unidos a Cristo por el Bautismo, que hemos visto su Luz, nos acerquemos a Cristo como supieron hacerlo los magos, y no caigamos en la tentación de Herodes, de querer ser, querer conservar, querer tener,…, un ser, un conservar y un tener que acaban en la muerte.

Feliz fiesta de la Epifanía, y no os conforméis con lo que traigan los Magos, sed como los magos.