Domingo 2 de febrero 2020 | Malaquías 3, 1-4; Salmo 23; Hebreos 2,14-187; Lucas 2, 22-40

El autor del artículo, José Luis Bleda, aparece con varias «Anas» hondureñas.

Por JOSÉ LUIS BLEDA | Este año el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor o/y de la Candelaria, cae en domingo. Por ello, este fin de semana la liturgia nos ofrece las lecturas propias de esta fiesta. Una fiesta que en Honduras, y en La Lima, donde ahora resido, se celebra de manera especial: el 3 es la fiesta de Nuestra Señora de Suyapa, patrona de Honduras, y la venimos preparando con su novena, además, en nuestra parroquia recibimos el jueves 30 la visita de la imagen peregrina de la Virgen de Suyapa, y por deseo de nuestro obispo, que celebra su 25 aniversario como pastor de esta diócesis, la celebración con todo el pueblo de la diócesis será la tarde del domingo.

Con esta fiesta, a los 40 días de la Navidad, nos ponemos en manos de María, en Honduras también es la última gran fiesta antes del inicio del curso escolar. La fiesta alude a un hecho que nos relata el evangelio de Lucas, que es el que se proclamará en las misas, y es la presentación de Jesús en el Templo, una vez purificada la Virgen del parto, o sea, a los 40 días, como marcaba la Ley. Son varios los detalles que Lucas nos ofrece: uno de ellos es la situación económica de María y José, pues la ofrecer un par de tórtolas o dos pichones, se nos indica que eran pobres, ya que lo establecido por la Ley era rescatarlo por un cordero o un carnero, pero si se era pobre podría ser por dos pichones. Pero, lo curioso del relato son el encuentro de María y el niño con los dos ancianos, Simeón y la profetisa Ana. Los ancianos se nos presentan como los personajes del Antiguo Testamento que esperan el cumplimiento de las Promesas de Dios. El anciano Simeón es como Abraham, anciano, que tuvo a Isaac con 100 años, y que no duda en llevar a sacrificar a su hijo, con la fe puesta en la promesa de Dios de hacerlo padre de numerosas naciones,…; lo antiguo cuando ve lo nuevo puede descansar tranquilo, sabe que hay futuro, que se cumple lo que se esperaba, que su vida ha tenido y tiene sentido, que nada ha sido en vano, de ahí el cántico de Simeón, afirmando que ya puede morir en paz, porque sus ojos han visto al Salvador. Pero esto no significa que todo sea fácil, que ya esté hecho o realizado todo, el Salvador es un niño, y Simeón, a María, la madre, pero también símbolo de la Iglesia, que necesita purificarse, que presenta a Jesús ante el mundo, le anuncia el conflicto: “signo que provocará contradicción” o “estandarte discutido”; y el dolor: “…a ti, una espada te atravesará el alma”. La anciana, la profetisa, también es imagen de las mujeres del Antiguo Testamento: Sara, Judith, Débora… pero, especialmente a mí me trae a la mente a tantas mujeres de la iglesia actual, tantas mujeres mayores, buenas, que han sufrido tanto y que hacen que la Iglesia funcione hoy.

Aunque me arriesgo a alargar demasiado esto, permitirme mencionar a algunas (espero que no se molesten, sobre todo las vivas), primero recordar a Antonia, que fue sacristana de San Juan Bautista en Cartagena, con varios sacerdotes, mujer que tuvo que enterrar a tres hijos, a su marido, soy testigo de sus sufrimientos y de sus lágrimas, mujer que abría y cerraba la Iglesia, que lo tenía todo siempre preparado y listo, amable, servicial, con una sonrisa siempre preparada para los demás, aunque tuviese el corazón herido por su historia, por sus sufrimientos, fue mi profetisa Ana muchas veces… En Jumilla, Juana, viuda al año de casarse, entregada al servicio a los más pobres y desfavorecidos, especialmente a las mujeres del Cuarto Distrito, ella está presente en el origen de Cáritas Jumilla, y en toda labor social y de promoción de la mujer; por su casa hemos pasado todos los curas de San Juan Bautista, y de ella hemos recibido todos tanto, tampoco lo ha tenido fácil, pero siempre ha sido motivo de ánimo para quiénes estábamos cerca de ella. Como ella, Paca la minera, de mi grupo de la HOAC… sacristana, lectora, ministra de la comunión…. Como ellas, tantas como las que estoy conociendo: Estela, Norma, Amanda, Eda… mujeres que andan visitando a enfermos, visitando comunidades alejadas, que llevan la Palabra de Dios allí donde no llegan los sacerdotes ni las religiosas, que hacen posible que la comunidad se reúna, nazca, crezca y viva comprometida con la realidad social y eclesial…. Todas ellas son como la profetisa Ana, todas saben reconocer la presencia del Señor en el niño que entra en el Templo, y todas, con alegría y muestras de afecto, nos lo indican y lo proclaman. A todas ellas, desde estas líneas: muchas gracias.

Pero no termino, no quiero terminar sin aludir a las otras lecturas, aunque en parte ya lo he hecho. El mensaje de la Candelaria subraya el mensaje de Navidad: Jesús, el niño, es un Dios de nuestra sangre y nuestra carne, como también dice Adán de Eva (esta es carne de mi carne y hueso de mis huesos), o le dicen los ancianos de Israel a David, cuando le buscan para que acepte ser su rey: “Somos de tu misma sangre”. Hoy, en la carta a los Hebreos se nos dice: “Todos los hijos de una familia tienen la misma sangre; por eso, Jesús quiso ser de nuestra misma sangre…” Esta fiesta subraya que Dios es como nosotros, se hace como nosotros, se pone a nuestro nivel, se abaja, se arrodilla, se inclina para tocar, como el buen samaritano, al que yace postrado y malherido. Dios se nos presenta como el que viene a nuestro encuentro, porque quiere encontrarse con nosotros y abrazarnos, por esto, me cuesta tanto entender como hay creyentes que ante la presencia de Dios quieren volver al misterio, a lo oculto, a la separación: Él quiere abrazarme y yo me arrodillo ¿para esquivar su abrazo? Él quiere encontrarse conmigo, tocarme, y yo pongo telas, candelabros, joyas,…., en definitiva barreras para que el contacto sea aséptico, no se produzca, quede en un misterio,… y eso, que Él con su muerte rasgo el velo del Templo, y, nosotros ya ponemos velos hasta dentro de los sagrarios….

Perdonar si me he pasado, pero creo que en el muro debo compartir lo que llevo en el corazón, y esta fiesta si me invita a algo es a saber salir al encuentro del Señor, a esforzarme por encontrarlo en esa familia sencilla, pobre, que se acerca con el bebé al Templo, que me piden que les bendiga al niño, o, en esos niños, que aquí en Honduras, tienen la costumbre de subir al altar para abrazarte y poner sus cabecitas para que las toques,.. También me invita a ser como Simeón y Ana, en el sentido de saber mostrar la salvación de Dios a los demás, hacer de mi mensaje un mensaje lleno de esperanza en el futuro, no cargado de dogmas, reglas ni condiciones, sino de esperanza y confianza en un futuro que ya es de Dios.

Que Él me ayude, que nos ayude.