Domingo 23 de febrero 2020 (VII Tiempo Ordinario) | Levítico 19, 1-2.17-18; Salmo 102; 1ª Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48

 Por JOSÉ LUIS BLEDA | ¿Qué mejor manera de terminar esta primera parte del Tiempo Ordinario, antes de la Cuaresma, que, con esta llamada a la Santidad, a la perfección? Toda la liturgia de la Palabra de este domingo va incluida en esta llamada, así comienza la primera lectura: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”, y el Evangelio termina con la petición de Jesús: “Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”, culminando con ella lo que comenzó con las Bienaventuranzas.

Pero ¿cómo ser perfectos, ¿cómo ser santos? Durante todo el mes de febrero lo vamos escuchando al ir leyendo el capítulo 5 de Mateo, que comenzó con las Bienaventuranzas, hoy llega al culmen: amando, y, amando totalmente y a todos, tal y como Dios ama, lo que incluye el amor al enemigo, pero antes de llegar a este, que es el que Jesús nos pide en el Evangelio como seña de que le seguimos a él, ya que sólo el amor al enemigo es lo que puede diferenciar a un cristiano de otro persona, ya sea creyente o no creyente, pues ¿quién no ama a los suyos? Hemos de ir creciendo en el amor. Ya el Antiguo Testamento, pide al pueblo de Israel el amor al hermano, amar al prójimo, al que está cerca, no odiarlo, si se equivoca corregirlo, pero nunca odiarlo, ni siquiera a escondidas, … A esto se le une la invitación a contemplar a un Dios que se define como compasivo y misericordioso, un Dios que perdona, que rescata, que no nos trata como merecen nuestras culpas. Si queremos ser como Dios, debemos comenzar por practicar la misericordia, por responder con el corazón ante toda miseria, y, ser capaces de compadecernos, de padecer con el otro, con quién sufre.

Pero la compasión, la misericordia, el amor al prójimo requieren tener conciencia de la dignidad de uno mismo: saber que somos templos del Espíritu Santo, que Dios habita en nuestra carne, en nuestro ser, por eso, podemos llegar a amar como amó Cristo, podemos ser capaces de llegar a la cruz por amor a los hermanos, como lo han hecho tantos mártires, podemos llegar a sacrificar nuestros placeres, nuestros deseos para vivir en una entrega total al otro como nos han enseñado tantos y tantos santos: san Francisco, san Oscar Romero, santa Teresa de Calcuta,… Ellos no eran diferentes a nosotros, eran como nosotros, pero fueron libres, no pertenecieron a nadie, ni quisieron que nadie les perteneciera, por eso fueron de Dios y han llevado a tantos hacia Dios….

Hoy, en el aquí y ahora, todos y cada uno de nosotros, recibimos esa llamada a la santidad ¿Cuál será mi respuesta?