Domingo 31 mayo 2020 (Fiesta de Pentecostés) | Hechos 2, 1-11; Salmo 103; 1ª Corintios 12, 3-7.12-13; Juan 20, 19-23

Por JOSÉ LUIS BLEDA | Llega el fin de mayo, y, con él el fin de la Pascua, el inicio de la salida, del desconfinamiento, sobre todo en Europa, y, también aquí, aunque no hayamos doblado el pico de la curva,… Pero este fin de semana, la liturgia nos invita a renovar la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, una presencia que no es solamente espiritual, ni solo para la “gente espiritual”, es para todo el pueblo de Dios, por ello es también motivo de celebración para el apostolado seglar, para todos…

Como en la mayoría de los domingos de Pascua, en este se nos invita a meditar sobre el Evangelio de Juan, y sobre la aparición de Jesús a los discípulos tras su Resurrección: volvemos al principio de la Pascua, no es casualidad que este mismo Evangelio sea el que se nos ofrece para proclamar en las Eucaristías del Domingo de Resurrección por la tarde. Para Juan, el Resucitado, con su presencia, ya nos transmite su Espíritu, un Espíritu que se caracteriza por tres actitudes: Paz, Alegría, Perdón.

Todos sabemos que el saludo normal en el cercano oriente, entre judíos y musulmanes es Paz, también entre la familia franciscana (Paz y Bien), pero precisamente lo que menos hay en Israel y alrededores es Paz. También la Paz es el saludo entre nosotros, pero si analizamos la realidad, ¡Qué difícil es la Paz! Jesús, el Resucitado nos desea la Paz, siempre nos la desea, dos veces expresa ese deseo a sus discípulos en el Evangelio. Y, si realmente creemos en Él, lo sabemos vivo, y hemos recibido su Espíritu, hemos de ser hombres y mujeres de Paz. Ser hombre y mujer de Paz no significa que vivamos en un mundo en Paz, ni que no tengamos que vivir en medio de conflictos, sino que en el mundo en el que estamos, al que hemos sido enviados, y en las situaciones que nos toca vivir, vivimos en Paz, transmitiendo Paz, siendo instrumentos de Paz. Un ejemplo de cómo se puede vivir esto nos lo dan los apóstoles cuando reciben el Espíritu: estaban encerrados en un mismo lugar, confinados, como muchos lo estamos: cierto que no lo estaban por un virus, pero si porque les faltaba algo: seguridad, valentía,…; rezaban juntos, habían visto al Resucitado, pero aún se sentían en medio de un mundo hostil, un mundo que había rechazado y crucificado a Jesús, y miedo había… Recibido el Espíritu salen a ese mundo, salen a hablar, a hablar con todos. No salen a buscar culpables, sino como mucho, a decirles a los culpables que cuentan con ellos, que también son parte de ellos; no excluyen al que tiene otra cultura, viene de otro lugar, es extranjero o inmigrante, no buscan la uniformidad; la Iglesia de Pentecostés es la Iglesia capaz de hablar y hacerse entender en todas las lenguas, no la que hace que todos hablen como única lengua el latín. Una Iglesia en salida, al encuentro de todos, adaptándose al otro antes que pedir que el otro se adapte a ella, una Iglesia alegre, una Iglesia que provoca la admiración de los que la ven, la escuchan, de aquellos a quienes llama a formar parte de ella. Este anuncio solo puede darse cuando se tiene el Espíritu, cuando se vive en Paz, y se busca la Paz, no se buscan culpables.

La Alegría es la otra gran nota. Ver al Señor es algo que llena a los discípulos de alegría. Estos días duros de cuarentena hemos podido ver la presencia del Señor en tantos: médicos, enfermeras, dependientes de supermercados, personal de limpieza, transportistas, …, tantos que con miedo, exponiendo sus vidas a ser contagiados, muchas veces sin las medidas de seguridad aconsejadas, han trabajado por vencer el virus, en ellos estaba el Señor,…; también lo hemos podido ver en los enfermos, los contagiados, en los que han fallecido, en los que a causa de la cuarentena viven en situaciones límites de precariedad, con hambre, con las necesidades básicas sin cubrir, en aquellos a los que hemos podido acompañar, con quiénes hemos podido compartir nuestros bienes, a quiénes hemos aplaudido, sonreído,… El Señor está con nosotros, y eso debe ser motivo de alegría. Él que supero la muerte de la cruz está presente en medio de nosotros. Reconozco que soy un afortunado, afortunado por poder vivir estos días en La Lima, en medio de este pueblo, y ver tantas sonrisas y tanta alegría, la sonrisa de las personas que vienen cada día a traer donaciones para los necesitados, las sonrisas de aquellos que las reciben, la sonrisa del enfermo cuando se le visita y administra la unción, incluso en los funerales ha habido sonrisa, alegría, junto con la tristeza; una alegría que no tapan los cubrebocas o mascarillas, pues se refleja en los ojos, en el alma. Esa alegría, que nace de dentro, no de lo que se toma, es la que debería notarse en todos los que tenemos el Espíritu de Jesús.

Y, Perdón, es el don que nos da Jesús con su Espíritu: ser capaces de perdonar. El Perdón es fruto del Espíritu, del Amor, de la Paz, de la Alegría, al mismo tiempo que el Perdón construye la Paz y nos da Alegría. ¿Cómo vivir en Paz si tengo cuentas pendientes con otro, con mi hermano? ¿Cómo estar alegre si recuerdo la ofensa, el agravio, el mal y el daño? No debemos confundir perdón con alzhéimer, no es que nos hayamos olvidado, que no recordemos nuestra historia, que no nos duelan los males que nos han hecho…, es que con el Espíritu lo superamos, nos ponemos por encima de ellos, no dejamos que el mal tenga la última palabra ni que consiga su objetivo de excluir, dividir, enfrentar, … Lo vencemos, y, lo vencemos como Jesús, desde un amor que se entrega, que se da, por eso frente a quienes piensan que le quitan la vida, Él la entrega, la da, no se la quitan, por eso la recupera con la Resurrección. El Perdón es lo que nos permite entrar en la fiesta, junto con el Padre que la ha preparado, y junto con el hermano que ha vuelto arrepentido. Lo hemos visto esta Pascua en los discursos de Pedro que nos han ofrecido los Hechos de los Apóstoles, cuando anuncia el kerigma, dice a los judíos, a los sacerdotes, al hablar de Jesús que lo mataron, colgándolo de un madero, pero no se lo recrimina, luego les ofrece que se conviertan, se bauticen, formen parte de la Iglesia.  Ojalá, que todos, con la renovación de Pentecostés, crezcamos en nuestra capacidad de perdonar, será señal, junto con la alegría y la paz, de que hemos recibido el Espíritu.