Domingo 14 de junio 2020 | Deuteronomio 8, 2-3.14b-16a; Salmo 147; 1ª Corintios 10, 16-17; Juan 6, 51-58

Por JOSÉ LUIS BLEDA | Si el pasado domingo celebrábamos que Dios tiene nombre, en este celebramos que tiene cuerpo, y esto también es muy importante, digno de alabanza, de hacer fiesta, de bendecir a Dios, pues sin cuerpo no podría haber relación personal, caricias, abrazos, sentir su mano…

A decir verdad, este año es peculiar, de hecho, desde que soy sacerdote creo que es una de las poquísimas veces que he celebrado la Misa del Corpus el jueves. Lo he hecho porque aquí en Honduras no podemos celebrar con pueblo los fines de semana. Sí se puede de lunes a viernes, por ello me pareció oportuno celebrar la misa del Corpus el jueves,… Cosas del covid-19. Y, precisamente, las circunstancias que estamos viviendo por esta pandemia me llevan a escuchar a Moisés en la primera lectura como si fuera algo muy actual: “Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer…. Él te afligió…. y después te alimentó….” He querido destacar estas palabras, para aplicarlas al hoy. En Honduras estamos en “apertura inteligente”, en España están en “desescalada”,…, y, sobre todo en España, me da la impresión de que nos estamos olvidando de lo vivido, del camino que hemos recorrido este 2020, y si se recuerda, no es tanto para aprender como para arrojar trastos unos contra otros. En Honduras, pueblo del que aún me queda mucho por aprender, hay más espiritualidad, y con la frase. “Primero Dios”, se expresa esperanza, confianza, seguridad de que se va a salir, se va a pasar, y que Dios no nos deja, aunque nos haya mandado el virus. Moisés hace a Dios autor de los males, causante de la aflicción, y al mismo tiempo, el que salva, protege, educa, conduce a su pueblo, por ello, pide al pueblo no olvidar, recordar….

Hoy, con esta fiesta, se nos invita también a recordar, no olvidar, no olvidar que Dios tiene cuerpo, que su cuerpo lo formamos nosotros, nosotros somos el cuerpo de Cristo, él es nuestra cabeza, y él nos ha ido enseñando a valorar y reconocer que es lo importante. Las épocas de aflicción son épocas de pérdida, de perder cosas que eran importantes, de perder personas que han marcado nuestra vida, pero al mismo tiempo es momento de descubrir que es realmente lo importante…. En Europa se consume el pan, en Asia el arroz, en América los fríjoles y el maíz, ¿se puede vivir sin pan? ¿Sin arroz? ¿Sin maíz? Nos apegamos a cosas, al móvil, a las redes, ¿podríamos vivir sin internet? ¿Podríamos ser felices si lo que publico en el Facebook no tiene 30 me gusta? ¿Puedo vivir sin mi padre, sin mi madre, sin…? Hasta que no lo perdemos no nos planteamos la pregunta y no vamos creciendo en que la vida es mucho más, tiene sentido sin todas aquellas cosas a las que nos hemos ido atando, tanto buenas como malas, incluso tiene sentido más allá de las relaciones personales que hemos vivido, pues nos quedan muchas más por vivir, por descubrir, al tiempo de descubrir que podemos también relacionarnos, de otro modo, con quiénes nos han dejado, pero siguen estando en nuestro corazón…. Todo esto, sólo lo podemos vivir si pasamos por la aflicción, sin no olvidamos el camino recorrido.

Darnos cuenta de esto va unido al ir dándonos cuenta de todo lo que tenemos a nuestro alrededor, de los que están, es decir, de la comunión, tal y como Pablo nos invita a hacer en la segunda lectura. Para Pablo, beber del cáliz, partir el pan, nos une a todos los que beben y parten el pan, en clara alusión a la Eucaristía (se ve que en aquella época todos comulgaban de las dos especies). Hoy, sobre todo si navego un poco por Facebook, me pregunto ¿La Eucaristía me une o me desune? Se leen tantas cosas, como que si comulgar en la mano es pecado, si los curas que damos la comunión en la mano hemos dejado entrar al diablo en la Iglesia,…, ¿Es posible comulgar e ir a hacerlo pensando que quién no se arrodilla está pecando? ¿Es posible comulgar de verdad el cuerpo de Cristo, cuando se hace mirando mal a quién no comulga igual que yo, y, de la manera que mi grupo espiritual dice que debe hacerse? ¿Qué entendemos por comunión? ¿Qué entendemos por formar el Cuerpo de Cristo? Precisamente las lecturas de este año, al hablar del Cuerpo de Cristo, no nos señala tanto a la Sagrada Forma, consagrada en la celebración de la Eucaristía, sino al cuerpo formado por todas las personas que comen esa carne y beben esa sangre; un cuerpo formado por aquellos que reciben lo que Dios les da, y al mismo tiempo están dispuestos a darse, como Cristo se nos dio en la cruz, y se nos da en la Eucaristía.

El Evangelio que proclamamos nos habla del pan de vida, de comer la carne y beber la sangre de Jesús, pero ¿a qué carne y sangre se refiere? Estamos en el capítulo 6 del Evangelio de Juan, capítulo que se inicia con la multiplicación de los 5 panes y los 2 peces, para dar de comer a más de 5 mil personas, cuando se describe esa multiplicación, el Evangelio de Juan nos da las mismas expresiones que hoy se usan en la Eucaristía: “Tomó los panes, dio gracias y los repartió…” (Jn 6, 11), luego vendrá su paseo sobre el lago de Galilea, y ya al otro lado una discusión con los judíos, en la que Jesús se presenta como el pan de vida, discusión cuyo fin es el Evangelio que proclamamos hoy. Visto en este contexto y teniendo en cuenta las lecturas precedentes ¿En qué consiste comer la carne de Jesús y beber su sangre? Ya en las tentaciones, en la primera, Jesús responde que “no sólo de pan vive el hombre”,…, si lo unimos todo, alimentarse de Jesús es conocerlo, saber de él, aprender de él, e imitarlo, dejar que él vaya transformando nuestros sentimientos, pensamientos, nuestra vida, para pensar como él, trabajar con él, vivir en él. Una comunión que se limite a la comunión frecuente de la Eucaristía, a la adoración asidua, pero que no transforme nuestro corazón, no nos haga sensible ante la necesidad del prójimo, no nos lleve a acercarnos al ser humano tirado en la cuneta, nos pueden llevar a ser buenos sacerdotes y levitas, que pasamos de largo, muy ocupados en llegar al Templo, en celebrar correctamente, pero que no salvamos a nadie ni podemos ofrecer nada a nadie. Una comunión que nos alimente de Cristo, que nos impulse a salir al encuentro del leproso, del oprimido, del que sufre, para tocarlo, para darle esperanza, eso sí es comer la carne de Cristo, es ir haciéndose carne con Cristo, y eso, nos lleva a vivir y gozar la salvación: la del que sufre, la mía, la de todos.

Este año, la vida, nos da la oportunidad de vivir el Corpus de otra manera, sin procesión, sin altares, pero no por ello, debe vivirse de manera menos intensa y menos eucarística,.., sino todo lo contrario, tenemos la oportunidad de descubrir lo importante de la comunión, podemos darnos cuenta que yo, tú, él, nosotros, formamos el Cuerpo de Cristo, un Cristo que se nos dio, se nos da, y que se sigue dando en su cuerpo, cuando nosotros nos damos a los demás.