Domingo 28 de junio 2020 (XIII Tiempo Ordinario) |  2ºReyes 4, 8-11.14-16; Salmo 88; Romanos 6, 3-4.8-11; Mateo 10, 37-42

Por JOSÉ LUIS BLEDA | Último domingo de junio, el tiempo pasa, pero seguimos en estado de alerta, el covid-19 sigue estando presente, no sólo aquí en Honduras, sino también en los países por los que había pasado… Se habla de apertura, pero vuelven los casos, se amenaza con suspender la apertura… Y las consecuencias siguen: escasez de recursos, falta de trabajo, miedo a caer enfermo, miedo a contagiar a los abuelos, miedo al hambre, rabia e impotencia porque no se ve la salida, y, parece que nos engañan, que se aprovechan…

En medio de todo esto la Palabra de Dios nos invita a poner a Jesús en el centro de nuestra vida. El mismo Jesús lo dice claro en el Evangelio que se proclama, hay que amarlo más a Él que a padres, madres, hijos,…. ¿Significa esto que podemos dejar al padre, a la madre, al hermano, al hijo, al amigo, al vecino, necesitado, sin atenderlo, sin preocuparnos por él, e ir lejos, adonde “Dios nos mande” a vivir una vocación religiosa, misionera,…? Creo, que si leemos detenidamente las lecturas que acompañan al Evangelio, y profundizamos las palabras de Jesús en el mismo nos daremos cuenta que no, todo lo contrario.

La mujer de Sunem, una mujer casada, pero que no había tenido hijos, una buena mujer, que al ver al profeta Eliseo, decide acogerlo, servirlo, hospedarlo en su casa, y de acuerdo con su esposo, hasta prepararle una habitación. Una mujer frustrada, que no había podido realizarse como ella hubiese querido, pero no una mujer amargada, llorando lo que no había alcanzado, ni maldiciendo a Dios por no haber sido madre, sino que está atenta a las necesidades del otro, se da cuenta de la necesidad de Eliseo, en vez de quejarse de la propia, y hace todo lo que está en su mano para atender a Eliseo. El resultado final será que, sin pedirlo ella, alcanzará a su vez lo que ella quería, lo que necesitaba y deseaba, porque Dios se lo da. Como esta mujer, doy gracias a Dios por haber conocido a muchas, en los distintos lugares por los que he pasado (Roche, Alumbres, La Manga, Cabo de Palos, Los Belones, Bolivia, Perú, Ecuador, Cartagena, Roma, Valentín, Jumilla, Algezares, ,..) mujeres con necesidad, que no llegaban a fin de mes, preocupadas por sus hijos, algunas no los habían tenido, otras los habían enterrado, mujeres con mucha historia de sufrimiento a sus espaldas, pero con la mirada puesta en la necesidad del otro, mujeres que compartían su plato de comida, que acostumbraban a guisar un plato más por su alguien llamaba, que se movían de un sitio a otro para buscar soluciones, que para ellas mismas no habían buscado, mujeres que se han dado al otro, han ayudado, servido, han hecho posibles muchos milagros, mujeres que no lo han tenido fácil, pero que no se han quejado y que pongo la mano en el fuego de que son felices, y encuentran sentido a su vida. Mujeres que con su vida proclaman sin cesar la misericordia de Dios.

Junto a esto tenemos la segunda lectura, en la que se nos habla de las consecuencias del Bautismo: por el Bautismo hemos quedado unidos a Jesucristo, a su muerte y a su Resurrección. ¿Qué significa esto? El bautizado está llamado a morir como Jesucristo, a entregar su vida en la cruz por los demás, a morir a todo lo que sea signo del Mal, para vivir la Vida nueva y plena tras la Resurrección, pero es más, para vivir ya está vida como muerto al mal, al pecado, y resucitado, siendo capaz de hacer las obras de vida de Jesús: tocar leprosos, sanar enfermos y ciegos, liberar a los presos y oprimidos,… No hay diferencia entre Jesucristo y el bautizado, es decir, yo, en tanto en cuanto que bautizado, estoy llamado a vivir como Cristo y a realizar las mismas obras que Cristo, para ello he recibido el mismo Espíritu que Cristo, por eso en el Evangelio Jesús afirma que “quién los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.”

Jesús lo que nos pide es que le amemos más a Él, pero no nos pide que no amemos a nuestros padres, madres, hijos,…. Sino que le amemos más a Él, y amándole a Él, amemos a los hermanos, padres, madres, hijos,… Me viene a la mente y al corazón el pasaje del Evangelio de Juan, dónde Jesús resucitado le pregunta a Pedro: “Pedro, ¿me amas más que estos?” y a las tres respuestas, le encarga a Pedro que apaciente, que pastoree. Amar más a Jesús no se contrapone, no excluye, el amar más al padre, a la madre, al hijo,…, sino todo lo contrario, es lo que hace posible que amando al prójimo lleguemos a la plenitud del amor. Es algo que quizás no sepa explicar en estas líneas bien, pero os puedo asegurar que en la medida que “amó a Jesucristo”, he ido aprendiendo a amar más a mi padre, a mi madre, a mis hermanos, a mis compañeros, a mis amigos, a las personas con las que convivo y comparto la vida. Un amor que no se limita a una familia, un color, una religión, una nacionalidad, sino que va creciendo, que hace posible que hoy ame a gente de La Lima en Honduras, sin dejar de amar a bolivianos, peruanos, ecuatorianos, cartageneros, murcianos, cameruneses, familiares, amigos,… a todos les amo, un amor que no es menos para los que están más cerca que para los que están más lejos, un amor que no va excluyendo, sino que incluye, que no decrece, sino que crece, que no se limita, sino que se expande, que se va haciendo eterno…. El amor eterno, el amor de Dios, del que Jesús nos invita a participar, por eso nos pide hoy que le amemos más que….

Desde Honduras, un abrazo, en el amor de Dios a todos.