Domingo 2 de agosto de 2020 (XVIII Tiempo Ordinario) | Isaías 55, 1-3; Salmo 144; Romanos 8, 35.37-39; Mateo 14, 13-21

Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | Empezamos agosto, y, lo hacemos con uno de los relatos del Evangelio que siempre me ha cuestionado, y que en muchos momentos vuelve a mí, especialmente en estos tiempos de pandemia, de hambre y también de violencia… Jesús buscaba la soledad, retirarse, sin duda alguna dolido por la mala noticia de la muerte de Juan el Bautista, cuyo relato inicia este capítulo 14 de Mateo. He recordado el impacto de la muerte de Mons. Eugenio, obispo de El Alto, por covid-19, del encuentro de unos restos que podrían ser de los líderes garífunas secuestrados el pasado 18 de julio en Tela, el asesinato de un taxista en la Rivera Hernández,… Jesús había hablado del Reino en parábolas, se dedicaba con amor a enseñar a sus discípulos y a su pueblo,…, nos invitaba a no arrancar la cizaña y dejarla crecer junto al trigo, y a Juan el Bautista le cortan la cabeza,… Hablamos de amor, paz, pero vemos violencia, robos, corrupción, enfermedad, hambre, muerte…. Para asimilar este contraste hace falta soledad, silencio, oración que nos lleve a seguir, con esperanza a pesar de todo…. Pero la gente lo seguía, lo buscaba, necesitaba de él, y, él se compadeció de la gente y viene la historia y la enseñanza a los discípulos.

Eran muchos, se hacía tarde, 5 panes y 2 peces era lo que tenían los discípulos para compartir como cena, la multitud es mucha: unos 5 mil. Lo mejor es que se vayan y cada uno se apañe…. Desde marzo que se inició el cierre de las iglesias, hasta hoy, que solo se puede celebrar de lunes a viernes y con menos del 20% del aforo, en las iglesias está entrando poco dinero, mucho menos que antes. Pero en las iglesias siguen distintas obras sociales: hogar de ancianos, dispensarios, escuelas, comedores, las familias que colaboran con la iglesia y que viven del sueldo que de esta reciben, son muchos, no se sabe cuánto tiempo va a durar esto, pero ya todos apunta que el 2021 lo empezamos igual o peor….La tentación, la respuesta del discípulo puede ser: despídelos, despáchalos, que cada uno se busque la vida…. Pero, Jesús, lo tenía claro: “Denles ustedes de comer”.

No puedo seguir escribiendo sin recordar las palabras de un santo sacerdote vasco, misionero en Ecuador, y en su vejez recorriendo España, visitando a inmigrantes latinos, principalmente ecuatorianos, alojándose en sus casas, compartiendo sus vidas, hasta que por edad y salud tuvo que quedarse en una residencia de dónde fue a la casa del Padre, me refiero al P. Anselmo Arrieta Muro. Compartí buenos momentos con él en Murcia, La Ñora, Jumilla y en varios retiros del Movimiento de Retiros Parroquiales Juan XXIII, y afirmaba: “La existencia del hambre en el mundo es el signo del fracaso social del cristianismo”, luego profundizaba haciendo ver como el cristianismo ha ido creciendo, se ha identificado con el Imperio, ha llegado a los confines del mundo, somos millones los cristianos, pero no hemos sido capaces de acabar con el hambre en el mundo, no nos hemos tomado en serio el mandato de Jesús: “Denles ustedes de comer”.

Los discípulos compartieron y comieron todos. Hoy, estamos llamados a compartir, y con alegría soy testigos de cuantos ponen sus 5 panes y 2 peces al servicio de todos, cuantos comparten, donan, se preocupan por el otro, y, si no tienen nada, dan su tiempo, se exponen al contagio por dar ánimos y esperanzas a otros, con una simple bolsa de comida. En muchos lugares, hoy, durante esta pandemia, la Iglesia, Cáritas, está realizando la profecía de Isaías en la primera lectura: la Iglesia, la comunidad de creyentes a donde pueden acudir todos a comer y beber de balde, también los que no tienen dinero. Y, esto, me ayuda a responder a ese interrogante solitario del principio, a esa pregunta que nace de ser testigo del Mal y de la muerte en sus diversas formas, pregunta que se haría Jesús, que formuló Pablo en la carta a los Romanos: “¿Qué cosa podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo? ¿Las tribulaciones? ¿Las angustias? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada?” Nada nos separará del Amor de Dios.

Sólo nos queda vencer el miedo a perder lo mío, miedo a pasar hambre, a que nos peguen, nos persigan, miedo a darse por amor, y entonces habremos aprendido la lección de aquél día, en que Jesús, ante la necesidad de la multitud nos dijo: “Denles ustedes de comer”.