Domingo 25 de octubre de 2020 (XXX Tiempo Ordinario) | Éxodo 22, 20-26; Salmo 17; 1ª Tesalonicenses 1, 5c-10; Mateo 22, 34-40

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Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | En este último domingo de octubre, el próximo será ya Todos los Santos, culminamos este mes del Rosario, de las Misiones, de la movilización por el Trabajo Digno y la Erradicación de la Pobreza, mes en el que el Papa Francisco nos ha regalado su tercera encíclica “Fratelli Tutti”… lo cerramos con este Evangelio en el que Jesús nos dice de manera clara y fuerte algo que todos sabemos, que todos creemos: que hay que amar a Dios y al prójimo…

Sin duda que todos los creyentes estamos de acuerdo en el deber de amar a Dios (cristianos, musulmanes, judíos, budistas…), todos podemos afirmar, y seguramente lo hemos dicho, lo que se proclama en el salmo 17: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza”. También, estoy seguro de que una amplia mayoría de todos los creyentes está de acuerdo en que ese amor a Dios nos debe llevar al amor al prójimo…. Pero a la hora de definir quién es el prójimo ya podemos encontrarnos con diferencias: ¿todos, o sólo unos cuantos: los de la misma religión, los de la misma cultura, los de la misma nación? También podemos encontrar diferencias en el modo o las formas cómo podemos manifestar ese amor que debemos tener a Dios y al prójimo.

Las lecturas que acompañan en este domingo al Evangelio nos dan una pista. En la primera es Dios quién se dirige a su pueblo por medio de Moisés, y al hacer concreta la voluntad de Dios, identifica el amor a Dios con el amor al prójimo, declarando que amar a Dios consiste en no maltratar ni oprimir al emigrante, no explotar a las viudas y huérfanos (ejemplo de los más débiles y vulnerables de la sociedad de aquella época), prestar sin cargar intereses, devolver lo que te han dejado… Cosas muy concretas que también hoy Dios nos sigue pidiendo a los que formamos parte de la Iglesia. No podemos reducir el amor a Dios a ir a misa, comulgar en la boca y rezar el Rosario a las tres de la tarde, al mismo tiempo que rechazamos a los menas, permanecemos indiferentes ante la apertura de los CIE, el desahucio de quiénes no pueden pagar hipotecas, y aquellos que siguen muriendo en su intento de llegar a una Europa huyendo de la guerra, la violencia, el hambre, la miseria…

La segunda lectura insiste en este aspecto del que estamos hablando. Pablo alaba el comportamiento de los tesalonicenses, su acogida de la Palabra en medio de una gran tribulación. Aquella época, como la nuestra, no era fácil, eran muchos los problemas, pero con ellos, los tesalonicenses acogieron la Palabra, acogieron a quién se las llevaba: un judío. Pero no solo la acogieron, sino que con su acogida se convirtieron en ejemplo, luz, modelo, no sólo para los macedonios y griegos, sino para todos. En aquella época, Éfeso y Corinto eran ciudades más ricas y con mayor desarrollo que Tesalónica, en ellas también predicó Pablo y fundó comunidades cristianas, pero fueron los tesalonicenses quiénes le enviaron dinero y hermanos que le apoyaran en sus momentos de mayor dificultad y quiénes respondieron de manera positiva y generosa a la colecta que propuso Pablo para los pobres de Jerusalén. No se puede acoger la Palabra si no estamos dispuestos a acoger al extranjero, no se puede amar a Dios si no amamos a los que están lejos, a los que sufren, al otro.

Terminar invitando a quién no lo haya hecho a leer “Fratelli Tutti”, profundiza hoy, todo esto, que en su momento Dios inició con la Creación, continuó con la Liberación de su pueblo y llevó a su culmen con Jesucristo y su Evangelio.