Domingo 14 de marzo de 2020 (IV de Cuaresma) | 2º Crónicas 36, 14-16.19-23; Salmo 136; Efesios 2, 4-10; Juan 3, 14-21.

Por JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ | Superamos ya la mitad de la Cuaresma, y lo hacemos con la proclamación, en este domingo, del anuncio que Jesús hace de su Pasión a Nicodemo, y, lo hace comparando su crucifixión con un pasaje del Éxodo, cuando el pueblo que había salido de Egipto, tras desconfiar de Dios y de Moisés, sufre una lluvia de serpientes, que les muerden y para salvarse, Moisés hizo una serpiente de bronce, la puso en alto, en un estandarte, y todo el que la miraba quedaba curado.

La primera lectura, un relato del libro de las Crónicas, donde resume la historia de cómo el pueblo de Israel perdió su libertad, fue al destierro de Babilonia y luego recobra la libertad y vuelve a su tierra prometida gracias a un rey de una potencia extranjera: Ciro de Persia. Estas dos historias (la de las serpientes y la del destierro) nos muestran que el pecado, el mal, tiene sus consecuencias: lluvia de serpientes, destierro, Cruz,…; pero la historia no acaba con las consecuencias del mal, sino con la misericordia de Dios, que interviene en la historia para superar las consecuencias del mal y dar a su pueblo, que le ha sido infiel, negado y buscado el mal, la salvación, a solución a sus problemas: así mirar la serpiente de bronce los sano, Ciro los devuelve a su tierra y les construye de nuevo su Templo, Cristo, el crucificado, resucita y comparte su victoria con todo. El amor de Dios supera todo mal, aunque sea merecido.

En la segunda lectura, Pablo nos deja claro el porqué de esto: “por el gran amor con que nos amó”. Por eso, dice más adelante: “por gracia estáis salvados, mediante la fe, Y esto no viene de vosotros: es don de Dios”. La salvación es algo gracioso, gratis, no podemos comprarla, no la merecemos, se nos da gratuitamente, y, se nos da porque Dios nos quiere. Pero ante esta afirmación hay dos cosas que nos podemos cuestionar: por un lado, sería el sufrimiento, los males, si estamos salvados, si Dios nos quiere ¿por qué el covid-19? ¿por qué la enfermedad, el dolor, la muerte? La salvación que viene de Dios, el amor que nos tiene y en el que estamos llamados a vivir, no evita que tengamos que vivir las consecuencias del mal que, como comunidad, sociedad, humanidad, provocamos: construimos un mundo donde el dinero es más importante que las personas, se venden armas, se excluyen a personas y se las deja tirada, un mundo que se olvida del hermano, del otro…, y eso, al final, lo pagamos todos. Dios nos ayuda, nos acompaña, pero Él interviene siempre superando, no eliminando. Él no viene a borrar, a que ya no suceda tal o tal cosa, sino que Él nos acompaña, nos acompaña en vivir lo que vivimos, también en las consecuencias de nuestro pecado, por eso en Jesús sufre y muere; y, luego, supera, viene la solución: Jesús resucita. También podemos verlo con las serpientes, Dios no retira las serpientes, sino que manda hacer otra para que solucione el mal que las primeras provocaron, siempre y cuando el mordido quisiera mirar a la de bronce…

 Y, en segundo lugar, si Dios nos ama y estamos salvados, no importa lo que hagamos, podemos ser malos, egoístas, dedicarnos a la buena vida sin preocuparnos de los demás… Eso también es algo que cae por su propio peso, y que va contra el sentido de la Justicia, si bien es cierto que la Misericordia está por encima de la Justicia, no lo es menos, que Dios también es Justo. Lo justo es que, al experimentar la misericordia de Dios, al vivirla, nosotros también practiquemos la misericordia, así, vivimos plenamente para lo que hemos sido creados: “Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras…” en palabras de Pablo, o “el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.”, como Jesús dice a Nicodemo.

Domingo de Alegría, Cuaresma tiempo de alegría, de salvación, de esperanza, tiempo de crecer en la fe, en el conocimiento del Amor de Dios, un amor que nos debe llevar en la medida que nos sentimos amados, a amar a los hermanos, a todos.